jueves, 21 de octubre de 2010

5. NORTE DE LA INDIA (II)



Hubo una vez un comerciante que envió a su primogénito al mercado local de un pueblo vecino, con precisas instrucciones de no hablar con extraños y atenerse a la lista de la compra, dada la tendencia del retoño a engordar el montante final y agenciarse a su buchaca unas cuantas tortitas de arroz extra.
El hijo hizo la compra con toda diligencia, pero hete aquí que al salir del mercado, una horrorosa visión le dejó paralizado: el mismo espectro de la muerte, con cara desencajada, le miraba amenazante desde el promontorio, anunciando su final.
Sin perder un nanosegundo, y aún ignorando el significado del prefijo nano, el mozalbo retornó a su aldea como rayo que corta el monzón, y explicó a su padre que en ese mismo momento migraría, con toda celeridad, a la lejana tierra de Pushkar, donde llegaría al caer la noche para ponerse a salvo de su verdugo.
De esta forma hizo el hijo, mientras el padre, herido por la ruptura del monopolio sobre la administración de castigos hacia sus hijos, decidió ir al mercado a ponerle a la muerte los puntos sobre la guadaña. Cuando la encontró, erguida y altanera, arriba del promontorio, le espetó sin miedo:
- ¿Por qué intimidaste a mi hijo, por qué lo miraste con cara de amenaza?
A lo que la dama negra contestó:
- ¿Amenaza? Mi cara no fue de amenaza, fue de sorpresa. Pensé: ¿qué hace este chico en este pueblo, si esta noche tengo una cita con él en Pushkar?...

- ¡…venga, Triqui, venga, que ya hemos llegado!
- Oing… oing… gong…
- ¡Que ya estamos en Jaipur!

Entreabrí los ojillos y vi a MG, que me instaba a salir de la mochila y ponerme los zuecos, porque había que bajarse. Me había quedado dormido en el tren, contemplando la luna hindú, y estaba en plena ensoñación cuando los chicos me arrebataron de los brazos de Morfeo. Se podrá creer o no, pero el cuento anterior nos lo narraría luego un chamán brahmánico. Soy capaz de soñar con carácter preactivo, gracias a mis profundos conocimientos de Parapsicología.
Lo que vino a continuación acabó de despertarme:

-Por cierto, Triqui, ¿cómo es eso de que el blog es tu diario personal?...

Mi músculo horripilador llegó al punto de saturación. Me quedé hecho cecina, lomo en barra, absorto por el asombro. No podía ser real, me dio un ataque de Matrix. ¡Lo habían leído! Se me abrió tanto la boca que tuve que ayudarme con las pezuñas para cerrarla y mostrar mi indignación:

- ¡Cómo osáis inmiscuiros en mis cuitas personales?... ¡quiénes sois vos, torvos farsantes, para mancillar el melifluo fruto de mi talento? – recién levantado derivo un tanto hacia Shakespeare.
- Tranquilo, Hamlet, tranquilo… ¿qué pensaste que era un blog?
- Que sé yo, un Biopic Literario para Observadores aGudos.
- Veo que pones las siglas como te da la gana. Triqui, tienes que actualizar la rama técnica, hace tiempo que las uvas no se estrujan con los pies.
- Perdona, pero soy máster en Computación e Inteligencia Artificial.
- Vamos a desayunar.

Encima había quedado como un tonto. Otro hándicap para mis biógrafos. Se me distanciaría Newton, ahora que estábamos a la par.
Cuando me lo explicaron, tomé una determinación inquebrantable: no volvería a escribir una palabra para el blog. Mis vivencias deberían publicarse tras mi muerte, con notas al margen, estarían repletas de referencias que los lectores no entenderían, serían de estudio obligado en la universidad. Y mi intimidad quedaría a resguardo, opacada por el filtro de la erudición, sólo apta para una minoría. En fin, si sospechas que algo no cuadra del todo, espera entonces a leer la entrada completa.
Aparqué de momento mi mosqueo, porque habíamos llegado a la ‘pink city’, capital del Rajastán. La llamaron así porque el Príncipe de Gales, en 1876, tuvo la deferencia de visitar la ciudad. Anunció su presencia, para que saliera en los carteles, y los visitados locales le obsequiaron simbólicamente pintando los edificios de rosa, color de la hospitalidad. Actualmente la ciudad es naranja, que coincide con el tono del interior de los pulmones de los jaipurianos.

PALACIO DE LOS VIENTOS
FRITANGA CALLEJERA
Fue aquí cuando Amán se destapó como el chico ‘ex’ (-celente, -quisito, -traordinario). Sin habérnoslo dicho, reservó habitación en un palacete propiedad del Estado, que perteneció a uno de los muchos príncipes azules, que aquí son índigo, de la zona. Nos llevó hasta allí para que lo viéramos, sin compromiso, y cuando entramos se nos empezaron a caer las lágrimas. Por fin un lugar decente, un refugio en condiciones, un lecho como Brahma manda. Era un hotel cinco estrellas y cuatro tenedores, que nos permitió pasar del quinto infierno al séptimo cielo. Lo del quinto infierno es un pelín hiperbólico, pero no me voy a cargar el cuartero numérico sólo para ajustarme a la realidad. A decir verdad, el hotel era un tanto excesivo, costaba 16 euros per cápita, pero el dispendio mereció la pena. 

 
UN CHAMIZO EN CONDICIONES
Jaipur es una ciudad caótica y congestionada a secas, es decir, mejor que la media, y además Aman supo cómo guiarnos y nos llevó a los sitios de interés. Vimos el Palacio de los Vientos, diseñado para que entre sus ventanas circularan las corrientes en el desértico verano, y el Fuerte Amber, un palacio-castillo amurallado al estilo de la Alhambra, muy señorial, con aires de leyenda. 

AMAN INTER NOS
En la entrada nos encontramos con una actividad recreativa no intencionada, consistente en un joven indio de alrededor de 2,20 de altura, al que todo mundo le pedía una foto. El chaval no conseguía entrar al Fuerte, porque no lo soltaban, y aunque se le veía agobiadete aguantaba con resignación. Cuando nos fuimos seguía modelando, y confieso que me da un poco de corte desvelar si sucumbimos o no.

TRIQUIVÉRTIGO
Aman nos llevó de allí a tomar algo al Palacio de la Ciudad, que contiene un hotel ajardinado con un montón de pájaros, bastante espectacular. Los precios estaban acordes a la espectacularidad, así que nos bebimos un lassi cada uno y ahorramos toda el hambre para la hora de cenar.
Visitamos un pequeño templo hinduista, que nos enseñó un señor de 46 años, fundado por su retatarabuelo. El señor nunca había salido de la ciudad, es más, prácticamente no salía del templo, así que llevaba una vida muy ética y un tanto ascética, o en nuestros términos, aburrida.
Al coger un autorickshaw para ir al hotel, empezamos entre los cuatro a criticar, deportivamente hablando, a los conductores de rickshaw propiamente dichos, y al resto de los negociantes, por su peculiar forma de actuar. La cosa funciona así: en primer lugar se ofrecen a llevarte a algún sitio donde no quieres ir, hasta que finalmente entienden que el destino que uno propone tiene más sentido. También implica que la casa de sus padres se queda sin inquilino. Si se trata de un hotel, por ejemplo, siempre te acompañan hasta dentro del hotel. Una vez negociado el montante por noche, el conductor rickshawiano pide al hostalero su comisión por traerle un cliente, a la vez que pregunta al hospedado cuál fue el precio final de la habitación. Esto puede poner en un compromiso al hostalero si este precio no coincide con el que él dice al rickshaw, porque la comisión va en función, así que es mejor abstenerse de responder a la cuestión. Luego el hostalero preguntará al cliente de qué país es, qué piensa hacer los días que va a quedarse, cómo es que está tan blanco, y le insistirá en contratar sus excursiones y usar su restaurante, dado el bajo precio al que adquirió su habitación, por no mencionar la comisión que tuvo que darle al rickshaw. Estábamos en ese punto cuando el conductor en cuestión nos interrumpió, un tanto mosqueado:

- Disculpen, señores, pero yo soy honrado, y ustedes están diciendo cosas horribles – hablaba inglés mejor que nosotros, nos quedamos asombrados porque la mayoría sólo domina la jerga básica.

Nos tuvimos que disculpar, pero suponemos que le resultamos básicamente abofeteables. Nos explicó que había tenido que aprender inglés con el estómago. La mayor parte de las castas bajas chapurrea cuatro cosas en inglés, aunque lo normal para los que pueden ver la televisión es una especie de hindinglis; por ejemplo, estuvimos viendo un rato ‘Quién quiere ser millonario’, y el presentador normalmente hablaba en hindi, pero las preguntas que aparecían en pantalla estaban en inglés.
Dejamos Jaipur con dirección a Pushkar, donde pasaríamos un par de días, pero antes paramos en Ajmer, una ciudad de peregrinación musulmana para iraníes, indios y paquistaníes que normalmente se saltan los turistas. Craso error, merece la visita. Fuimos a ver el templo, un híbrido musulmán-hindú, de la secta de los sufíes persas, que alberga la tumba de un santo impronunciable pero escriturable: Khwaja Muin-ud-din Chishti. Im-presionante. Se palpaba esa devoción fanática que roza la violencia. Éramos los únicos turistas y no se anduvieron con chiquitas: nos descalzaron, nos pusieron un pañuelo en la cabeza, nos ‘conminaron’ sin ninguna delicadeza y con obligatoriedad a comprar flores para el santo y nos empujaron para adentro, entre una masa de gente totalmente enloquecida!! Cada uno cantaba su propio salmo, algunos tenían las manos abiertas y simulaban leer el Corán, otros hacían reverencias, a nosotros nos metieron la cabeza debajo de una sábana porque un señor quería abducirnos, nos tiraban de la ropa y nos pedían dinero para el santo, pero como con saña, enfervorizados…
Un señor con aspecto de haber muerto varias veces echaba incienso y parecía bailar una lambada. Otro, a su lado, en pleno éxtasis, cayó redondo, o más bien cuadrado, porque estaba mazas. Era todo delirante y exagerado: este tipo de situaciones me hacen pensar cómo nos ven a nosotros, si seremos normales, o sencillamente como los demás, es decir, francamente raros. Salimos como quien sale de una obra de teatro, comentando la función:

- ¿Has visto al de las trenzas?
- ¿El que se daba en la cabeza?
- No, el que rompió el ladrillo…


TEMPLO AJMER
Enseguida nos fuimos para Pushkar; Ajmer tenía la mayor densidad de gente mutilada que habíamos visto hasta la fecha. Montones de hombres en patinete, gente sin ninguna extremidad, y hombres nudo, que yacían en la calle contorsionados con las extremidades inutilizadas, pidiendo limosna hasta que alguien los cambiara de posición. A estas bajuras ya estábamos un poco anestesiados, pero intentaré no volver a esta cuestión, porque describir la situación de un intocable me parece un imposible.

En Pushkar pernoctamos dos noches, y pasamos sendos días de relax. Es un pueblecito que rodea un lago de color canela. Canela en rama, no de la fina. Para que se entienda transcribo el diálogo de VT y el lavandero, cuando llevamos a acicalar unas cuantas prendas de las de vestir:

- Pues eso, dos pantalones, dos camisetas, tres pares calcetinescos y dos gayumbiles. How much?
- 80 rupís, sir (1,30 euros).                                .
- Joer, ¡qué expensive! (y en cristiano y a nosotros: - ¡vaya chollo!).
- Ok, sir, 65 rupís.
- Vale, eso better. ¿Cuándo poner lavadora?
- Mañana por mañana, y recoger tarde.
- ¿Por qué no poner ahora?
- Porque lavar siempre en mañana. No lavadora, sir, lavar siempre en lago.
- ¿Lo cuálo…? ¿En lago?... ¡pero si lago marrón!
- Sí, sir, lago marrón, bonito. En lago lavar todo, lavar ropa, lavar gente, lavar vaca, dientes lavar, cabra lavar cabritillos, lavar todo.
- Pero qué guarros que sois…
- Mi no entender, sir…
- Que mañana la recojo…

LAGO BONITO, LAGO MARRÓN
Qué remedio, de perdidos al lago. Aparentemente quedó aseada, aunque a veces nos parecía escuchar las vocecillas de las espiroquetas y paramecios desayunándose las hebras de algodón. Las camisetas encogieron 10 centímetros, así que MG estuvo muy contento de heredarlas de VT. Cuando las compramos en la tienda nos atendió un niño encantador, que tendría que estar en la escuela si no tuviera que estar en la tienda. El puntazo vino cuando le preguntamos al padre qué edad tenía el chico, y nos soltó que dieciocho, así, sin cortarse. Dimos un paso hacia un lado, no fuera a ser que la nariz le creciera un palmo de repente.

EL DE 18 CON EL DE 21
Visitamos varios templos hindúes y otro templo sij, ya sabéis, de esos que nunca se cortan el pelo ni la barba, y aparentemente tampoco se lo lavan. Al final lo llevan hecho una plasta encima de la testa que les sirve de turbante, en el que dan ganas de plantar unas petunias. Es un poco rollo Gandalf en ‘El señor de los anillos’.

La segunda tarde, antes de volver al hotel, cumplimos con nuestra habitual cuota de ridículo: resulta que VT, que inmortaliza con su videocámara analógica cualquier detalle mayormente sin importancia, tuvo la feliz idea de enfocar un par de segundos a una cobra metida en un saco blanco, portada por un señor con cara de no estar claro quién podría morder a quién. El catervo blandía al bicho de forma arrojadiza, y al vernos grabar le cambió el careto y le debió de sentar mal. Nos empezó a perseguir con el ofidio fuera de la cesta.

- Oye, que viene para acá, pero con cara de mala uva – no sé quién habló.
- Macho, no retrocedas, que va a pensar que somos dos nenazas.
- No, no, si yo no retroce…

VT y MG echaron a correr,  con el tío de la cobra pisándoles la popa, y a mí se me subió tanto el cortisol que me sorprendí con un alarido en mí sostenido:

- SOCORROOOOOOO !!!!!!!!! – me salió así, con mayúsculas y en negrita, evitando el subrayado, para disimular.

El tío se puso onomatopéyico:

- Hajín unja conji toj…- le habría venido bien el manual del perfecto monóglota.
- ¿Qué dice este chalao?
- Yo que sé, querrá dinero.
- Échale unas rupiaaaaaas…
- Pues que guarde la cobraaaaa…

Al final, no sé si se paró en círculo o giró en seco, el caso es que afortunadamente desapareció, y yo exhalé. Éstos se reían, pero a mí se me quedó la panceta a punto de nieve. Aman, tan cortés, no dijo nada, sólo lo pensó.

O COBRO, O COBRAS
Por la noche, cuando los chicos se fueron a dormir, me puse a revisar el blog. Había algo extraño, algo que yo no había escrito y no sabía cómo había llegado hasta allí. Una sospecha de boicot me recorrió el solomillo para dar paso a una duda nada cartesiana. Pulsé sobre una línea en la que se leía ‘Comentarios’.
No entendía nada. Al parecer afloraban entre mis entradas extrañas intrusiones, apenas inteligibles, de procedencia desconocida. Me puse mi anteojo de pensar, ya que con él puedo llegar a conclusiones asombrosamente agudas, dada mi gran capacidad de concentración y mis naturales dotes detectivescas.
Un tipo me espetaba algo acerca del Partenón y sobre técnicas de restauración modernas. Otro preguntaba cómo quería ir a Guijuelo, con el elevado riesgo de atentado porcino en la zona. No pude evitar el azote de nostalgia al recordar a los familiares enterrados en el pueblo, y que todavía tengo la paellera de la tía Anserja, que le prometí colgar del clavo de la lápida. Incluso uno mencionaba a mi Lupita, sin conocer la historia, trayendo a mi memoria los peores días de mi cocha adolescencia…
No lo quería creer. Entonces había más gente que lo había leído, aparte de estos dos. ¿Cómo diablos?... ¿y quiénes eran?... ¿me estarían espiando? Empecé a barruntar que aquellas provocaciones no podrían quedar sin respuesta, ahora que ya habían sido escritas. Una honda inquietud se asentó en mi aparato parasimpático, y tardé más de dos horas hasta que por fin puede pegar los párpados.

Nuestra última parada en Rajastán fue Udaipur, que rima con Jaipur porque ‘pur’ es ciudad en rajastaní. La llaman Venecia del este, con lo que ya sólo es confundible con otras seis o siete localidades con el mismo apelativo. Es la ciudad más bonita de las que vimos por el norte, con sus canalillos, sus palacetillos, sus ríos y laguillos. El final del monzón había dejado unos cuantos charcos pero se había llevado muchos más mosquitos.
Aman nos consiguió otro hotel estupendo. El restaurante era de fiar, así que no nos importó que fuera medio euro más caro que la media. Era más caro, pero también era comida.
Vimos el Palacio Flotante, y cuando visitamos el Palacio Real, dio la casualidad de que salía el Maharaja con su séquito, en un Rolls como un camión, y un montón de gente a los lados abanicaba el coche como para acondicionar la carrocería. El palacio es enorme y con un montón de datos de interés, pero eso lo dejo para la wikipedia.

¡NO TE GIBA!..
Nos sorprendió la cantidad de turistas indios que querían hacerse fotos con extranjeros, nos hicieron modelar varias docenas de veces, y por esta vez lo aceptamos sin remunerar. Aman nos explicó que buena parte de ellos van a ver turistas, es lo que les mola.
Tener a Aman nos vino genial para el tema de los precios, porque le veían con nosotros pero lo suponían de su parte, y enseguida le ofrecían una comisión si conseguía sacarnos 100 rupias más de la cuenta. Luego nos lo contaba y nos echábamos unas risas. El regateo se usa para todo, como el verbo pitufar, así que habíamos aprendido a defendernos. Sin embargo, como es un no parar, alguna vez se nos fue la pinza:

- Excuse me, sir, ¿poder decirme distancia hotel Ganga-Yogui? – hablábamos ya en indio, para eso estábamos en el lugar adecuado.
- Ohhh!!… lejos, lejos… por lo menos 2 kilomiter…
- No, no, pero eso muy lejos… ¿0,5 kilomiter?...
- Ok, ok, 1 kilomiter…
- Ok, zankiu.

Los días en Udaipur fueron tranquilos, Aman nos contó cómo eran sus alumnos, igualitos a los españoles. Si el profesor dice que el sol es negro, pues es negro. Si dice que a callar, pues eso, y si le da por no decir nada pues los alumnos no dicen nada. El problema real está en los profesores, o funcionarios en general, que invierten más trabajo en su tiempo que tiempo en su trabajo, como el yupi. Aparte del absentismo laboral, muchas veces dejan a los niños a sus anchas y largas, y ellos se dedican a sus tareas personales. También nos habló sobre el tema de su tesis -la obra de Orwell-, sobre las castas, sus viajes, el conflicto con Pakistán…

El domingo por la tarde nos despedimos de Aman, que había sido un compañero de viaje fenomenal. Ahora volvía a Delhi para seguir con las clases, y prometió visitarnos en Madrid en el futuro.
Nosotros cogimos el autobús para Agra, porque las plazas para el tren se habían terminado. Trece horas teóricas que acabaron en dieciséis prácticas y una elevada densidad de contusión por cervical cuadrada. El bus tenía literas, nosotros habíamos comprado la nuestra, pero por allí desfiló toda una troupe a granel que se iba apuntando sin ningún pudor:

- Oye, que esta es mi litera.
- Pero yo no tener, y mucho sitio libre - nos recordó a lo del jeep.
- Pues haberla pagao, majo.
- Pero sólo 100 kilomiter, no merecer pena.
- Anda, siéntate, que te la alquilo.

El bus hizo una parada técnica para ir al baño, que era el espacio abierto a veinte metros del propio vehículo. Las dos chicas holandesas se tuvieron que abstener, qué remedio. Volvimos de nuevo al bus, molaba escalar por la montaña en que se había convertido el pasillo, una pila de paquetes gigantes de esos que se envían por correo y tardan un mes en llegar, encima de los cuales reposaban seis o siete indios. Es una de sus cualidades intrínsecas, son capaces de dormir en cualquier posición, todo un paradigma de versatilidad. Nosotros atardecimos medio plegados y amanecimos cual piezas de tetris con los lugareños que se iban acoplando. Al llegar a Agra pasamos revista de vísceras y órganos, dejamos las maletas en una taquilla y nos lanzamos a visitar uno de los hitos de la globivuelta: el Taj Mahal.

En quince minutos el rickshaw nos dejó a las puertas del parque, y me empezaron a temblar las carrilladas de la emoción. Iba a ser un gran día. Pondría en el blog un gran emoticón, si finalmente me decidía a escribirlo. Me haría una foto con alguna cabra simpática de la zona, estudiaría a gran velocidad los materiales preciosos del palacio, y haría una tasación acertada de su valor, dados mis amplios conocimientos de urbanística.

Y una leche. No me dejaron entrar.
Como lo leéis. Me quedé sin templo musulmán. Sin megamausoleo. Sin foto para fardar. Al entrar cachearon a los chicos, y el tipo de la entrada señaló hacia mí:

- No se permiten mascotas – se quedó tan a gusto.
- Perdona, indocumentado, soy un cerdo – tuve que intervenir.
- Pues no se permiten porcinos, es un templo musulmán – ahora me llamó porcino.
- Pues ya me dirás por qué, Torquemada.
- Porque gran ofensa para Alá, y sólo pequeña ofensa para porcino.

Me vino a la cabeza Neil Amstrong: 

- Será una pequeña ofensa para un porcino, pero es una gran ofensa para la porcinidad.
- Pues yo era más de Aldrin, así que te jorobas y te quedas sin entrar.
- Pues ahora mismo pongo una reclamación por daños y prejuicios.
- Pues muy bien, mi no-contrato acaba el lunes, ya ves lo que me importa.

Y el tío se relamía:

- Ej ej ej… - porque los árabes se ríen como escriben, al revés.

Estuvimos a punto de llegar a las pezuñas, pero al final me tuve que rendir. Esto demuestra que sigue sin acatarse la Carta de los Derechos del Cerdo y que, una vez más, nadie se acuerda de Collins.
Los chicos entraron con un guía que quería cobrarles un buen pico de más. Me pregunté qué clase de gente se pensaría que eran, y cómo lo había descubierto tan pronto. Sin mi ayuda, supongo que cayeron en la trampa.
Mi sueño se había esfumado, así que tuve que sustituirlo por otro, más literal. Lo creáis o no, me quedé dormido, y mientras esperaba a los chicos soñé, con carácter preactivo, lo que me iban a contar:

Érase una vez un gran monarca, bastante absoluto, casado con una no menos grande monarquesa, que vivían felices y comían lamb masala, aunque no todos los días, hasta que el emperador encontró una nueva doncella, increíblemente bella, de la que se enamoró, fundamentalmente en sentido horizontal. Con ello, la primera monarquesa perdió la oportunidad de ser coprotagonista de esta historia.
A la debutante la nombró princesa, primero prometida y después comprometida, y finalmente la desposó, con la sencilla condición de que fuera muy pero que muy feliz, y sin ninguna obligación explícita de abrir mucho la boca. Rápidamente después de sentir la química, el monarca quiso probar la física, y como en la escuela cursó Ética en lugar de Planificación Familiar, la pareja empezó a reproducirse a toda velocidad. En un tiempo récord llegaron a los trece retoños, poniendo en serio peligro de extinción en todo el reino el concepto ‘castidad’, pero fue en el decimocuarto, o más incorrectamente catorceavo, cuando la tragedia arreció: a la princesa prometida, en este punto princesa ponedora, agotada por la demoledora tarea de la repoblación, le dio por fallecer.
Tan grande fue el congojo del monarca, que para demostrar su amor y pena, decidió condenar a 20.000 obreros de su confianza a trabajos muy forzados para construir un palacio exquisito, que hiciera honor a su idea de romanticismo, en el que poder enterrar a la princesa. Cada mañana, a veces cada noche, y ocasionalmente al mediodía - aquí varían las crónicas- subía las escalerillas del vecino Fuerte de Agra para controlar que los trabajos iban según sus designios, y en caso contrario cortaba por lo sano, a la altura de la primera cervical.
Finalmente, 22 años y un fortunón después, un mayestático mausoleo se podía contemplar a kilómetros a la redonda, a menos que hiciera niebla. Al resultado se le llamó Taj Mahal, o Palacio de la Corona, también traducible como ‘qué cantidad de mármol’. En él pudieron enterrar el cadáver de la princesa, o más exactamente una postal con una dedicatoria, porque hacía mucho tiempo que su cuerpo había pasado a mejor muerte.
No contento con su fazaña, nuestro cabal protagonista tuvo otra idea estupenda, a la altura de su modestia: se haría otro palacio, clavadito al anterior, igualmente simétrico y escultórico, pero esta vez en negro, al otro lado del río. Así él también tendría un sitio adecuado donde descansar tras su muerte, aparte de dejar descansar a los demás.
He aquí, no obstante, que surgió la oposición de su hijo (uno de ellos, no se sabe cuál), porque el chaval pensaba que no era plan esclavizar de nuevo a la plebe y re-arruinar el reino, así que después de pelearse como en todas las familias, pero con más medios porque tenían más pasta, el chico consiguió enchironar al padre y paralizar el proyecto.
De tal forma fue como el nuevo Taj nunca se construyó, cómo el padre pasó sus últimos días en una cárcel de mínima seguridad, y cómo el hijo demostró que por fin había alguien con cordura en esa dinastía. Cordura que conservó hasta que conoció a un bello efebo… pero ésa es otra historia que, dadas las circunstancias, era mejor no contar...

TAJ PARA CUAL

¡ME LO LLEVO!...
Los chicos dijeron que no habían visto nada igual, jamás en la vida o en la muerte. El edificio parecía un holograma hecho para gustar. El truco está en que entre los minaretes y el mausoleo se ve el cielo azul, porque tuvieron la precaución de no construir detrás un casoplón o una cementera. En el interior sólo están las tumbas de la pareja: la del rey es el único elemento que rompe con la simetría de todo el conjunto, ya que a la princesa se la colocó en el centro, y el monarca se dispuso a su siniestra.
Aparte del Taj, Agra sólo merece la parada para ver el Fuerte de la ciudad, donde sí me dejaron entrar, así que lo hicimos todo en el día y cogimos el tren nocturno para Varanasi.

Al caer la noche volví al blog. En un lateral vi algo que llamó poderosamente mi atención: un contador de visitas, que marcaba ¡1153!. Así que por allí había desfilado un buen puñado de gente, todos metiendo el morro en mi intimidad, sin pedir permiso ni perdón. Vi también unos anuncios de Google, y entonces comprendí los enigmáticos comentarios de los chicos:

- ¿Pero entonces dan pasta por esto?
- Con los clicks de un mes, un par de bocadillos.

Ajajá… Esto cambiaba el asunto… Aquella pasta me pertenecía a mí, Anselmo Surgencio Peperancho, alias Triqui, y a nadie más. Quizás la excursión a Guijuelo encontrara por fin financiación, aunque ninguno de los links había sido pinchado todavía por aquellos jetudos surfistas de la gratuidad. Decidí que aguantaría alguna entrada más, que daría una oportunidad de resarcirme a los rapaces de aquella ventana indiscreta. Espero que sepáis apreciar la sutilidad de mi estilo indirecto.

Por la mañana, entre mis alocados pensamientos fiduciarios, llegamos a Varanasi, la ciudad del Ganges. A Varanasi la define un sustantivo, intensidad, y unos cuantos adjetivos que comienzan por escato. Es la apoteosis de la inmundicia, la ciudad de los muertos flotantes, un lugar donde las bacterias tienen nombre propio, donde las enfermedades compiten por hacerse un hueco, y sorprendentemente todas lo consiguen. Es un agujero marrón que absorbe sobre sí el caos del universo y donde resulta difícil vivir si no eres una vaca, y que te dejaría todo el rato con la boca abierta si no fuera por las moscas. Produce una fascinación paradójica, una repulsión intelectual que resulta muy estética. Las estampas retinianas son preciosas si uno no las analiza.
Es una, digamos ciudad, levantada en la costa oeste del Ganges, ya que la otra orilla es una gran ciénaga donde no se puede construir. Todo gira en torno al río sagrado, es donde viven y donde vienen a morir. Se creman cadáveres durante todo el día; se dejan arder durante tres horas y los restos se tiran al Ganges con total normalidad. Dependiendo de la calidad de la madera (el sándalo es la de los ricos y la más apreciada) el cuerpo puede quedar churruscadito, en su punto, o poco hecho, por eso se ven restos humanos flotando entre las barcas, y los barqueros les dan con el remo para despejar la vía fluvial. Se queman todos los cuerpos excepto los niños, embarazadas, leprosos, mordidos por cobra y animales, que van tal cual, al natural. Los cremadores de cadáveres nos pedían dinero para un par de kilos de madera, más la comisión, pero no nos dejaban hacer fotos. Dimos un paseo en barca para tener más ángulo. En la orilla hay cientos de personas bañándose, buceando, lavando la ropa y demás. Los varanasianos son todo esterilización. Es un poco mareante verles lavarse los dientes, tragar agua y vomitar escupitajos de química orgánica, por aquello de notar el agua con los cinco sentidos.

SPA GANGES

CADÁVERES A LA CREMA

INMERSIÓN BACTERIANA
Para completar la escalera de color, Varanasi está repleta de perros, monos, cabras, vacas y búfalos. Hay que andarse con cuidado con los monos porque algunos tienen rabia y esta no es una ciudad en la que a uno le apetezca ponerse enfermo. Cuando las bandadas atravesaban las fachadas teníamos que poner las cámaras en la mochila, al lado de mi bolsillo. Los perros suelen ser más pacíficos, o en este caso índicos, aunque tuvimos algún episodio de persecución de lo que en Psicología se llama ‘el chucho difícil’, salvada por locales. Afortunadamente las vacas son más lentas de reflejos. No es que sean tontas, lo que pasa es que respiran por la boca.
Todos chapoteábamos por las estrechas callejuelas llenas de desechos entre lo que ojalá hubiera sido sólo barro, pero es que la gente no necesita un baño para aliviarse, la calle es suficiente, independientemente del número de testigos.
Después de dos días en esta locura decidimos concluir el norte de la India y poner rumbo a Mumbai. Nuestro cuerpo clamaba higiene y proteínas, porque con la precaución por las tripoteras seguíamos en modo vegetariano-hervido, con sopipasta como plato estrella, y alguna patata frita Lay´s, que nos daban confianza. La ciudad del Ganges nos había dejado medio groguis, cansados y enguarrados, con un montón de ropa por lavar, así que nos fuimos al tren como va el impulso nervioso al músculo palpítono de la rana de laboratorio.

Me quedé reflexionando sobre el blog, dentro de la mochila, y lo mucho que desconocía a esos lectores que empezaban a conocerme demasiado. Saqué el anteojo de pensar, porque estaba muy perdido, y lentamente una difusa imagen de ti, apreciado lector, se empezó a dibujar en mi cabeza. Al final lo vi claro, y por ello aprovecho la ocasión para demostraros mis habilidades parapsicológicas. Sé que sois inteligentes, cultos, refinados, que sabéis valorar un ritornelo o un vocativo, que os apasiona la buena literatura, y que os emociona el canon de Pachelbel. Que tenéis gran atractivo personal, un carisma irresistible, y una buena dentadura. Pero sobre todo, que poseéis una maravillosa, espectacular y profunda sonrisa. Una sonrisa fresca, cautivadora y contagiosa. Sonrisa como la que ahora mismo luce tu rostro, querido lector…. ¿Me equivoco?

Con todo nuestro cariño, para Aman: considérate culpable de gran
parte de nuestra futura nostalgia de aquel octubre indio de 2010.







6 comentarios:

  1. Bueno Triqui, "El gesto de la muerte" es un cuento de Borges, se desarrolla en Persia y no son un padre y su hijo, son un príncipe y su jardinero. Por lo demás el cuento es el mismo.
    Sigo leyendo.

    ResponderEliminar
  2. He estado investigando y en realidad se trata de un cuento original de Yalal Al-Din Rumi, poeta persa del siglo XIII
    Jean Cocteau escribió en 1923 "El gesto de la muerte".
    Jorge Luis Borges y Bioy Casares lo toman y lo traducen para publicarlo en la colección "Cuentos breves y extraordinarios".
    A su vez, Gabriel García Márquez lo tituló "La muerte en Samarra".
    Yo sólo conocía la versión de Borges, por eso se lo he atribuido a él.

    ResponderEliminar
  3. Triqui ya veo que lees lo que escribimos igual que nosotros te leemos a tí, es un honor para nosotros pues veo que estás entre los grandes: García Márquez, Borges... Tu perfil es pata negra, propio de un sabio y rosado marrano. Ya veo que embriagado de éxito tus citas son cada vez más eruditas y tus giros lingüisticos más vertiginosos. Desde The Corner City, te seguimos.
    (MG come un poquito más , se te ve más delgado)

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Una hora llevo leyéndote, Triqui, una hora...Y me lo he pasado pipa, más entretenido no puede ser.

    Mil gracias

    Si no es mucho pedir, hazme un favorcillo, felicítame a MG el lunes, me da que este año me vuelvo a perder su fiesta ;-)

    ResponderEliminar
  6. Triqui estoy muy asustado porque en algunas fotos te veo muy pálido.
    Una de dos, o en el Taj los musulmanes te hicieron algo malo y estos te han sustituidos por otro, o nos estás engañando y sois 2 como las gemelas Olsen, solo que uno rosita y otro paliducho. Confiesa cual de los dos es el caso.

    ResponderEliminar