miércoles, 23 de marzo de 2011

17. AUSTRALIA


AUSTRALIA

Entre Fiyi y Melbourne hay casi 4000 kilómetros, así que a lo tonto el avión se tomó casi 6 horas hasta que por fin hicimos pie en el país de los cocodrilos y Kylie Minogue. Llegamos por la tarde y nos dirigimos a casa de nuestro couchsurfer, Peng, de China central, que se había afincado en Melbourne como diseñador de supermercados. Lo cierto es que nuestra experiencia con hospedadores del gigante asiático estaba resultando estupenda, por su forma tan hospitalaria de tratarnos y hacernos sentir como en casa. Peng vivía en una original lonja reconvertida en vivienda estilo loft, y aunque lo vimos poco porque estaba trabajando todo el día nos trató maravillosamente.

CASA-LONJA DE PENG
Melbourne es una de las ciudades con mejor calidad de vida del mundo, y basa su rivalidad con Sydney acaparando la capitalidad cultural de Australia en casi todos los ámbitos. El centro histórico es relativamente pequeño, con unos 75000 habitantes, pero aglomera unos cuantos edificios de estilo victoriano entrelazados con museos y galerías de arte moderno.

CENTRO HISTÓRICO

A ORILLAS DEL RÍO

ARTE CALLEJERO
El downtown, que está al lado, ofrece la típica estampa de la ciudad visto desde la bahía, que nosotros pillamos en una tarde bien bonita, al borde de la tormenta.

TARDE GRISÁCEA
Melbourne tiene un clima muy peculiar, porque durante un par de meses al año, cuando llega el verano de enero y febrero, el calor puede ser insoportable rondando los 40ºC, y es cuando se ve a los tenistas que vienen a jugar el Open de Australia desfallecidos al borde de la lipotimia, y sin embargo en cuanto asoma marzo la cosa se normaliza y hay que sacar la toquilla para salir por la noche. Durante el día el tiempo cambia con facilidad, nótese la diferencia con el sol radiante que lucía unas horas antes:

DOWNTOWN

Dedicamos una mañana entera a ver las instalaciones del Open de Australia, donde Nadal y Federer se han despachado tantas veces.

OPEN DE AUSTRALIA
En el tour que nos hicieron pudimos ver los vestuarios y las taquillas que tienen para guardar las raquetas, que tampoco son demasiado grandes. En los primeros días de competición, cuando están todos los participantes, se arman unos barullos considerables por la escasez de espacio, y suelen dejar los bultos encima o debajo de los lockers. Eso sí, Nadal tiene sus manías y se pide siempre la 10, y Djokovic tenía asignada la 85, en la que estaba escrito su nombre por ser el actual campeón.

VESTUARIOS
La pista central, la Rod Laver Arena, estaba siendo acondicionada para un concierto de los Roxy Music al día siguiente, así que habían empezado a colocar un pequeño escenario y habían cubierto con una enorme cortina las gradas de las filas más altas, con lo cual el estadio parecía bastante más pequeño de lo que aparenta en la tele. A veces montan incluso una piscina de 50 metros para competiciones especiales indoor.

MAÑANA CONCIERTO
Aquí es donde Nadal hizo llorar a Federer en el 2009, tras lo cual le pasó la mano por encima del hombro, con lo que además de quedar estupendamente logró hundir definitivamente al genio de Basilea. Sin duda alguna, aquel gesto sí que fue un buen revés.
En la zona que rodea al estadio se ubica el resto de las pistas, empezando por la Margaret Court, que están disponibles al público para jugar a razón de entre 28 a 42 dolaracos la hora, y muy cerquita se hallan el estadio olímpico y los campos de fútbol y criquet.

MARGARET COURT
Melbourne es una ciudad agradable para vivir (‘un cuarto de acre de casa, de jardín y de piscina para cada familia’), y para visitar, muy rica en arte callejero aparte de la avalancha de museos que alberga, como las galerías de artes visuales de Federation Square.

FEDERATION SQUARE
Nos llamó la atención el enorme ‘Templo del Recuerdo’, construido en memoria de los caidos en la guerra, y también algunos carteles que vimos por la calle para organizar eventos de ayuda a las víctimas del terremoto de Christchurch en Nueva Zelanda.

DENTRO CIENTOS DE MEDALLAS DE GUERRA

SOLIDARIOS
Desde Melbourne volamos a Sydney, donde estuvimos alojados una semana en casa de Don, un aborigen sesentón con mucho sentido del humor un tanto socarrón.
Sydney nos encantó. Es una ciudad con un nivel de vida impresionante, que respira diversión, relax y prosperidad. Los melbournitas acusan a los sydneyanos de superficialidad y consumismo, de lo que estos últimos no se defienden porque no lo niegan, y lo cierto es que están bastante abonados la moda de alto copete, la cirugía plástica, el surf y la barbacoa.
La bahía de Sydney es el mayor puerto natural del mundo y a nuestro juicio uno de los más bonitos, con el Teatro de la Ópera y el Puente de la Bahía como telón de fondo.
La Ópera es un edificio expresionista con tejados en forma de grandes conchas de azulejos blancos que están diseñados para que se limpien solos, aunque de vez en cuando se le hace un lavado de cara para que sigan impecables. Dentro alberga cinco teatros con sus camerinos y salas de ensayo, un par de restaurantes y seis o siete bares, y si uno está interesado puede acudir a una representación a precios exorbitantes. También hay una tienda de recuerdos en la que compramos unas cuantas postales de la ciudad.

FANTASMAS DE LA ÓPERA
BAHÍA
Después de 14 años de construcción y un montón de escándalos por el disparate de presupuesto que se invirtió (102 millones de dólares frente a un presupuesto inicial de 7) fue finalizado en 1973, cuando lo inauguró la Reina de Inglaterra, y es el edificio más moderno del mundo que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad.
El puente de la bahía conecta el centro financiero con una zona residencial y consta de 8 carriles para coches y dos de ferrocarril. Se puede escalar para cruzarlo por arriba, ya que tiene un acceso para recorrer el arco por su parte superior, que debe ser muy emocionante, pero cuesta la dolorosa de 200 dólares, así que nos conformamos con transitarlo por el carril peatonal para turistas baratos.

PUENTE DE LA BAHÍA
DESDE ARRIBA
El enclave del puerto y estos dos iconos modernos configuran una bahía espectacular. Lo que hace tan atractiva esta ciudad es su nivel de vida, rodeada de calitas y de playas donde los capitalinos pueden darse un chapuzón o fletar su barquito para surcar plácidamente la costa. Nosotros estuvimos en unas cuantas, y por supuesto nos acercamos a la conocida Bondie Beach, la de los famosos surfistas australianos. Está siempre a tope de gente, incluso entre semana, pese a que en la mitad meridional de la playa (que apenas tiene un kilómetro), hay fuertes corrientes que son las que se usan precisamente para surf, y en las que más de una vez se ha ahogado algún bañista despistado. Una red submarina la protege de los tiburones, que son pasto frecuente en toda la costa australiana.

SURFISTAS EN BONDIE BEACH
LUEGO METIMOS LA PATITA
Aquí es donde se creó el primer cuerpo de vigilantes de la playa del mundo, especialmente para echar un ojo a los surfistas, y cada año hacen un campeonato de rescate y resucitación, y otro para elegir a Miss Bondie, que no tiene nada que ver pese a lo cual es bastante popular.
En el margen más alejado de la parada de autobús hay una especie de piscinas al lado de la playa construidas para el público alérgico a las olas, y en el otro extremo montaron un complejo con piscinas de entrenamiento denominadas ‘icebergs’, que los vigilantes usaban antaño para no perder la forma durante el invierno.

PISCINAS SALADAS
En pleno marzo, a punto de entrar el otoñó en aquellas latitudes, gran parte de la gente lucía un palmito considerablemente moreno pese a las advertencias sobre los peligros de los rayos UVA, que allí pegan más fuerte porque la capa de ozono tiene algunos agujeros.
Nosotros pasamos un día bien fresquito visitando las Blue Mountains, una región montañosa al oeste de Sydney que debe su nombre a la característica neblina azul que toma la cordillera cuando se observa desde la distancia.  En realidad es más bien verde eucalipto, que es el árbol estrella, y hay diseñado un recorrido con funiculares y puentecillos desde el que se aprecia un valle enorme y alguna roca de forma caprichosa.

MAÑANA NUBLADA, COMO TODAS
LAS CÉLEBRES 'TRES HERMANAS'
Desde Sydney pillamos un avión hacia el desierto, en la Australia central, que nos dejó en Ayers Rock, un pueblecito cercano al parque nacional del Uluru. Durante casi todo el trayecto lo único que vimos desde la ventanilla fue una inmensa llanura seca de arcilla rojiza con algo de vegetación baja típica de secarral. Básicamente en esto consiste Australia, un páramo quince veces más extenso que España que no llega a la mitad de nuestra población. Nos quedamos en un albergue en una habitación de backpakers cuádruple porque aquí los precios son de aúpa, aunque sin duda el paisaje es espectacular y merece el dispendio.
Las temperaturas rondaban los 30 grados, así que ya había pasado lo peor del verano y lo cierto es que no tuvimos sensación de calorina en ningún momento, dentro de lo lógico. Por la noche baja el mercurio y se duerme la mar de a gusto.
El parque nacional nos pareció espectacular, lo cierto es que el desierto por sí solo bien vale el viaje a Australia. El monte Uluru se ve desde kilómetros a la redonda, porque el terreno es llano y el aire limpio, y aparece como un impresionante macizo de piedra rojiza que va cambiando de tonalidad a lo largo del día, desde el gris al anaranjado. Es el monte sagrado de los aborígenes, por lo que además de exigirse un escrupuloso cuidado hacia el medio ambiente, normalmente ponen impedimentos a la hora de escalarlo. Algunos turistas lo consiguen, porque oficialmente no está prohibido, pero suelen poner excusas para cerrar el acceso a la mínima que pueden. A nosotros nos dijeron que no era viable por posibles vientos peligrosos, aunque podemos asegurar que allí no se movía una sola partícula de nitrógeno. En cualquier caso, recorrimos la base a pie y en coche, mitad y mitad, y seguimos algunos itinerarios recomendados.

ULURUUUUUUÚ

ROJO CONTRA AZUL
Lo que más nos llamó la atención fue descubrir que un par de zonas de la base había agua embalsada, misteriosamente reacia a evaporarse, y las pinturas aborígenes, no por el hecho del ramalazo artístico -eran de lo más simple-  sino porque alguien pudiera sobrevivir en estas latitudes comiendo cuatro hierbas, sin conocer la agricultura.

VEGETACIÓN DESÉRTICA
ARBOLITO
RODEANDO EL COLOSO
AQUÍ CERCA HABÍA AGUA, EN LA BASE DE LA ROCA
GRUTA
AIRE TOTALMENTE SECO
El Uluru es el macizo más famoso de la región, pero comparte protagonismo con ‘Las Olgas’, otro mastodonte de granito y basalto con matriz de arenisca, de forma algo más irregular, situado a 25 kilómetros, y con el monte Mckenzie, muy parecido al Uluru pero con la cima más plana.

LAS OLGAS, 542 M DE ALTURA, MÁS QUE EL ULURU
RED ANTIMOSCAS
ATARDECIENDO

ENTRE VERICUETOS OLGUENSES
DESFILADEROS
APENAS HAY LAGARTOS Y ALGUNA CASCABEL
MCKENZIE, SÓLO DEJAN VERLO A ESTA DISTANCIA
Desde aquí partimos hacia Kings Canyon, al norte, disfrutando del colorido paisaje del camino, que a veces parece al borde de la saturación. La luz es tan directa cuando el sol pega de pleno que los tonos se intensifican como en un cuadro impresionista.

ROLLING THE ROAD...
A VECES MÁS VERDE...
...Y OTRAS MÁS SECO
En Kings Canyon hicimos un tour de 6 kilómetros durante unas cuatro horas. Las advertencias escritas en los carteles de acceso asustan bastante a los turistas; es un lugar bastante solitario y avisan de los peligros de la deshidratación conminando a llevar agua suficiente para el recorrido –al menos un litro por persona y hora-, para lo cual han puesto unos contenedores con agua potable.
El recorrido es impresionante, apenas se ve el curso del río, ocultado por el valle excavado durante milenios. La única objeción, al igual que en Uluru, es la inmensa cantidad de moscas que tienen predilección por posarse en plena cara, a ser posible en los ojos, lo que obliga a usar una redecilla cubriendo la cabeza.

SALTANDO EN LA CHIMENEA
CAMINO AL VALLE
ACANTILADO
Por la noche llegamos a Alice Springs, ya a 470 kilómetros del Uluru, ciudad con apenas 26000 habitantes que pese a ello es la más importante de centro Australia. A finales del siglo XIX se encontró oro en las inmediaciones, lo que atrajo a los cazatesoros, y se aprovechó de paso para establecer un punto intermedio en la línea de telégrafo que cruzaba el país de norte a sur. Actualmente vive básicamente del turismo y no tiene nada de particular, excepto las bandas de aborígenes que pululan por sus calles, casi siempre borrachos y sin rumbo, mal vestidos y apartados de la sociedad por el estigma de la raza. Viven en asentamientos en condiciones precarias, con algunas ayudas del gobierno, y su integración es difícil tanto por el rechazo social como por la falta de voluntad propia. No sacamos fotos de ninguno, pero tienen una apariencia un tanto fantasmal, con las extremidades normalmente delgadas pero el abdomen hinchado por la mala alimentación.

AQUÍ SE HOSPEDARON LADY DI Y EL PRÍNCIPE CARLOS
Salimos del desierto como habíamos llegado, en avión, y volamos de nuevo hacia la costa este, a Brisbane, donde pasamos unos días conociendo la ciudad y las inmediaciones, principalmente la costa.

ESTE PUNTO DE BARON BAY ES EL  MÁS ORIENTAL DE AUSTRALIA
MUY HÚMEDO
Tuvimos unos hosts excelentes tanto en Brisbane como en Lismore, y nos dedicamos al relax y a chapotear entre las potentes olas de las playas de Baron Bay, con precaución por la fuerza de las corrientes.

MAR BRAVÍO
Nos habían hablado de Nimbin, un poblado que se ha quedado anclado en 1973, cuando se celebró allí el Aquarius Festival, una especie de Woodstock, en el que se proclamaban capital de la libertad. Sus pobladores, ahora ya pasada la sesentena, siguen con aquella estética de vagabundo aferrado a un canuto de marihuana, fieles a sus principios de la contracultura del cannabis.

MUSEO HIPPIE DE NIMBIN
Luego subimos hacia Queensland, donde en enero de este año se produjeron las inundaciones que asolaron a la región afectando a más de 200.000 personas. Llegamos el mismo día que el príncipe Guillermo de Inglaterra, que venía a solidarizarse con los damnificados después de empezar una gira de condolencias por Oceanía, dando el pésame a las víctimas del terremoto de Christchurch y a los familiares de los fallecidos en un accidente minero también en Nueva Zelanda.
Queensland es el estado de la Gran Barrera de coral, donde acuden los turistas a sumergirse entre esponjas y erizos de mar y bucear entre todo tipo de bichos marinos. Nosotros nos abstuvimos, por dos razones. Habíamos hecho snorkel ya en Phi Phi island de Taillandia, en las islas Gili de Indonesia, y acabábamos de hacerlo en Fiyi, con lo cual íbamos bien servidos, pero es que además el precio en Australia era diez veces más caro, y el fondo marino es prácticamente igual que en los anteriores. El segundo motivo eran los tiburones, que en principio tienen su área más o menos localizada y no se salen de ahí, salvo algún aventurero, y las horribles ‘box jellyfish’, las medusas avispa, el ser más venenoso del planeta, que puede producir la muerte por contacto en cuestión de minutos por embolia cardíaca. En muchas playas hay botellas de vinagre a disposición de los turistas para aplacar los efectos, en caso de que el roce haya sido con un ejemplar joven, sin demasiada toxina, y sirva para algo. Los bañistas tenían que usar traje de goma largo para evitar el contacto, así que decidimos que todo esto mataba el romanticismo.

GOLD COAST

PLAYA DE 'SURFERS PARADISE'
En lugar de ello nos bañamos en unas estupendas piscinas a pie de playa en la costa de Cairns, y nos dedicamos a visitar el famoso bosque húmedo tropical.

PISCINA A PIE DE PLAYA, FABULOSA!
En este tipo de bosques vive la mitad de las especies de animales y plantas conocidas, y son fuente de una cuarta parte de las medicinas naturales del mundo. Es un monte húmedo de varias capas, donde nos encontramos un espécimen muy famoso en Australia, que estaba vallado -en pleno bosque-, que en realidad consta de dos árboles, uno que cayó sobre el otro, y en el que han crecido decenas de raíces flotantes que llegan hasta el suelo.

NO CABE EN LA FOTO
CATARATAS CERCA DE CAIRNS
ANTES DEL CHAPUZÓN
RAIN FOREST
LIANAS TARZANESCAS, NO SE ROMPEN
CIENTOS DE ZORROS VOLADORES COLGANTES
El bosque crece hasta cerca de la playa, donde a menudo desembocábamos, entre letreros que advertían del peligro de los cocodrilos.

PRECAUCIÓN: MUCHO COCO SUELTO

SORTEANDO ARENAS MOVEDIZAS
No vimos ninguno silvestre, así que nos fuimos al zoológico para despacharnos con todo el repertorio de bichos autóctonos que no nos queríamos perder. Desafortunadamente nos quedamos sin ver el ornitorrinco, porque en el zoo no había ninguno, y cuando decidimos ir a una reserva de las inmediaciones nos la encontramos cerrada por ser época de cría.

PEREZOSO KOALA, DUERME 18 HORAS
CANGURO TIMADO: SOMBRERO VACÍO
Acabamos nuestro recorrido pensando que Australia es seguramente el lugar de la globivuelta donde uno elegiría emigrar para vivir si tuviera que escoger. Se respira prosperidad, el nivel de vida es excelente y salvo catástrofes naturales la existencia parece plácida y lejos de problemas. Nos contaron que hay auténticas riadas de mochileros que se disputan los puestos en hostelería o servicios básicos, donde se puede ganar 25 dólares la hora. Tendríamos que esperar hasta Tahití, nuestro siguiente destino, para topar con un lugar con semejante poderío.