domingo, 27 de febrero de 2011

16. FIYI

FIYI
Desde Nueva Zelanda pillamos un pedazo de avión de Air Pacific rumbo a Fiyi, de esos que tienen planta de arriba, que en contra de nuestra creencia no está asignada a la clase VIP, sino que fue donde nos pusieron a nosotros pese a nuestro billetaje clase econoturista.

MEGAVIÓN
Fiyi pilla casi en vertical hacia arriba desde NZ, y ambos están a +12 horas respecto a España en verano, por lo cual estos son los primeros parajes del mundo donde se ha convenido que comience el día. Según nos bajamos en la terminal del aeropuerto de Nadi, (en la isla más grande, Viti Levu), nos encontramos a estos señores, con sus pareos fijianos (sulus) y camisa primaveral, que dan la bienvenida a los turistas con sus mandolinas y una flor blanca en la oreja. En el lóbulo izquierdo implica soltería, y en el derecho significa emparejamiento o compromiso formal.

BULA BULA

Los fiyianos se independizaron de Gran Bretaña en 1970, aunque siguieron bajo su influjo hasta que en 1987 dieron un golpe de estado y proclamaron la República. Los británicos habían llevado a las islas una gran cantidad de mano de obra principalmente india, de forma que en la acrtualidad esta etnia ronda el 40% de la población y son los que manejan los negocios en las islas, dado el carácter marcadamente anticompetitivo y desestresado de los indígenas, que prefieren la vida contemplativa. La reciente historia política del país es un toma y daca entre ambas poblaciones por acaparar el poder, con peleas raciales y mutuas acusaciones de corrupción. Los nativos son melanesios ('isleños negros'), al igual que sus vecinos de Vanuatu, Salomón, o Nueva Caledonia, y físicamente tienen rasgos africanos, bastante diferentes a los polinesios y micronesios, siendo todavía un misterio cómo fue la ruta exacta que los trajo hasta aquí desde el continente negro.

Nosotros habíamos quedado por internet con Save, un fiyiano en toda regla que se postulaba como ‘embajador de couchsurfing en Fiyi’, que vino a recogernos y nos trasladó en taxi a la vivienda familiar, vulgo choza, a pocos kilómetros del aeropuerto, donde compartía hogar con su mujer, sus dos hijos -a la espera próxima del tercero-, un sobrino y dos sobrinas. La situación nos recordó mucho a Nepal; la familia vivía con lo justo y habían encontrado en el couchsurfing una manera de vender tours a los surfistas que alojaban, o al menos tratar de lograr algún ingreso. Save decía en su perfil que era guía turístico, y antes de que llegáramos nos pidió un par de botellas de ginebra Gordon´s del duty free, que nos pagaría. En tal situación era evidente que estuvimos de acuerdo en regalárselas.

VIVIENDA FAMILIAR
Nos dejaron una de las dos habitaciones que tenían, la única con camas, y ellos durmieron en el suelo porque decían que estaban acostumbrados. Era un choza humilde hasta lo austero y con bastante saborcillo, en consonancia a la ausencia de lavadora y aperos de limpieza en general, aunque llevábamos las sábanas saco y dormimos como troncos. Además pudimos presenciar interesantes lecciones de naturaleza mientras los geccos -salamandras- cazaban moscas delante de nuestras narices cerca de la bombilla de la pared.

HABITACIÓN DE INVITADOS
Los niños, de cuatro y siete años, eran absolutamente encantadores y tenían unos reflejos impresionantes jugando a las cartas. Eran listísimos, habían colgado en las paredes el abecedario y unas tablas de sumar y les encantaba recitarlas, en un inglés más que académico.

CON SUVA Y EL PEQUE
DE ESCALADA
La familia era archicristinana, y como el domingo por la mañana no pudieron ir a la iglesia porque estaba lloviendo, el cura se vino a casa por la tarde y a las siete en punto estábamos todos allí sentados durante una hora recibiendo una señora homilía en fiyiano, de la que sacamos como conclusión que con la religión pocas bromas. Se la tomaban muy en serio, el padre recitó un montón de salmos muy compungido, y aunque lo hiciera en cristiano no nos enteramos de nada, salvo de su devoción.

EL CURA A LA DIESTRA
Nos trataron muy bien y nos dieron de comer arroz, taro (un tubérculo similar a la patata pero de color verdoso una vez cocido y bastante soso, que hacía las veces de pan), y una sopas de verduras estupendas. Las mujeres se dedicaban a preparar la comida y medio atender a los niños -que prácticamente se cuidaban solos- y en general hablaban casi poco o bastante nada, porque las relaciones con los invitados -nosotros-, las llevaba el padre, de 34 años. 

SOBRINA, MADRE Y MG
COMIENDO... EL NIÑO ERA LÍSTISIMO...
El sobrino, de dieciocho años, era un chaval muy majo, y nos acompañó a dar una vuelta a una tienda cercana que no llegaba a ‘tien’ –no pudimos comprar nada decente- y por el camino nos quedamos estupefactos al contemplar la siguiente estampa de jóvenes jugando al fútbol en el barro, o más exactamente inmersos en él.

FANGO DE FÚTBOL
Aquello que nos pareció una locura acabó convirtiéndose en nuestro destino, porque al día siguiente el sobrino nos llevó a un ‘centro de aguas termales’ (sic), en medio del monte, que consistía en un charco de agua mineral calentita y un pozo de barro de cincuenta centímetros que publicitaban como tratamiento corporal no testado dermatológicamente. Allá que nos sumergimos cual jabalíes en proceso de desparasitación.

TRAS LA INMERSIÓN
Nos echamos unas risas confiando en que la colección de bacterias de la ciénaga estuviera de nuestra parte. También fuimos a un precioso parque cercano, el del Gigante Dormido, que toma su nombre de una cercana roca que se atisba desde allí y que con bastante imaginación o un par de whiskies se supone que da origen a su nombre.

LLOVÍA UN POCO
La caseta familiar estaba en medio de la nada, así que al tercer día nos marchamos a recorrer la isla con Ricardo, un biólogo colombiano que nos contactó antes de llegar, y que después de mucho viajar había aterrizado aquí hacía cinco meses inmerso en un proyecto local para crear unas granjas ecológicamente sostenibles. Nos cayó fenomenal, conectamos de inmediato y nos fuimos con él a recorrer la parte sur de la isla, hacia el este.

QUEDAMOS CON RICARDO AL LADO DEL MERCADO
Visitamos un antiguo asentamiento fiyiano donde vivía hasta el siglo XIX una tribu de guerreros locales que combatían con las ordas vecinas y sacrificaban a sus capturados tumbándolos en una piedra para decapitarlos, donde procedían al efecto poniendo un cesto en el suelo para recoger la testa del piafante.

DEMO MODE DE RICARDO EN LA PIEDRA DE DILAPIDAR
NO QUEDABA CASI NADA DEL POBLADO, EXCEPTO LAS VISTAS
Nos sorprendió mucho que Ricardo conociera un centro Hare Khrisna en Sigatoka donde había un buffet gratis para quien quisiera entrar, compuesto de arroz con curry, puré de garbanzos, arroz con leche y alguna cosa más. Todo vegetariano.

HARE HARE
Aprovechamos para repostar y salimos de allí muy agradecidos al hinduismo.
La tarde la dedicamos a recorrer el parque de Las Dunas, una extensión de bosque bajo que acaba en una gran duna de arena al borde de la playa.

TOP DUNA
POBLADOS ENTRE PALMERAS
JUMPING
LLEGANDO A LA PLAYA
Salimos del parque justo a la hora en que iban a cerrar, con lo que el chico de la entrada, Fina, nos estaba esperando para cerrar la caseta una vez asegurado de que volvíamos con vida. Paramos un minibús en la carretera y nos volvimos juntos a Sigatoka, trayecto durante el cual pudimos constatar personalmente lo que nos habían contado sobre la hospitalidad de los fiyianos: Fina enseguida nos propuso un piscolabis y esa misma noche quedamos con él y sus amigos para tomar ‘kava’.
El kava es una planta originaria de las islas del Pacífico a partir de la cual se elabora un bebestible marrón que resulta de machacar las raíces y colarlas con ayuda de un trapo que hace de filtro sobre un recipiente con agua. Las raíces las compramos con Fina en la plaza del mercado, y por la noche nos hicieron un par de baldes de un líquido tan marrón que nos trajo a la memoria la opaca espesura de los lagos de la India. El mejunje sabía exactamente a agua de charco, aunque nunca la hayamos probado, y los lugareños la usan para socializar porque contiene un alcaloide de propiedades relajantes y ansiolíticas, aparte de bastantes más cosas que pueden provocar estrés de hígado severo. El que oficia la ceremonia suele ser el jefe de la tribu o clan, y va ofreciendo el potaje ordenadamente a los comensales, que pueden pedir un cacillo más o menos cargado –‘marea alta’ o ‘marea baja’-.

BALDE DE KAVA CON FINA Y COMPAÑÍA
Al día siguiente visitamos otro parque con especies autóctonas de lagartos y aves donde destaca el omnipresente zorro volador, que es muy común en las islas del Pacífico y no digamos en Australia.

MUCHOS HIBISCOS
COMEN FRUTA, NO MUERDEN
Quedamos en vernos con Ricardo en un par de días, ya que tenía que volver a su trabajo, y nosotros nos fuimos a Suva, la capital de la isla y ciudad más importante del país con 300.000 habitantes. Aquí tuvimos un hospedador de lujo, Ravi, que nos alojó un par de noches y nos hizo un estupendo recorrido por la capital y alrededores (¡mil gracias!).
La madre de Ravi era de Tonga y su padre americano, ambos profesores de universidad, y vivían en un chalet muy grande, todo un contrapunto a nuestra primera experiencia en la chabola. Además nos agasajaron con los productos de su sabroso jardín, zumo de papaya con limón, leche de coco, caña de azúcar, guayabas… todo un atracón de fructosa fijiana.

RAVI DESCORCHANDO UN COCO
Ravi nos enseñó la ciudad y aprovechamos para comprar aún más fruta y verdura, que además de barata era excelente.

NOS VOLVIMOS FRUTÍCOLAS
REFRESCÁNDOSE LOS PIES
Casualmente presenciamos una boda fijiana, donde el novio nos concedió una foto vestido como estaba, más bien cual chacha sureña buscando a Escarlata.

UNISEX
Luego nos fuimos de trecking al monte Korobaba, el más alto de la zona desde donde se divisaba la ciudad en la distancia.

CAMINO EMPINADO
CON RAVI EN KOROBABA
En la bajada Ravi nos condujo a unos pozos de agua natural bien fresquita, donde nos dimos un chapuzón más que apetecido.

EAU DE FIYI
Además una noche Ravi nos llevó a casa de unos amigos suyos donde volvimos a tomar kava -sin burbujas- y para rematar nos recomendó con mucho acierto visitar Nananu-i-ra, una pequeña isla al norte de Vitu Levu que había quedado despoblada en el siglo XIX por las guerras y epidemias, y que ahora es un refugio tranquilísimo para algún turista suelto que busque relajación total. Nos hizo la reserva en un pequeño hostal y tras despedirnos tomamos un autobús que nos dejó en medio de una carretera donde supuestamente debía haber una barca.

CAMINO EN BUS HACIA LA ISLA
LES CHIFLA EL FÚTBOL PERO MÁS EL RUGBY, DEPORTE NACIONAL
El conductor nos indicó que anduviéramos quince minutos en dirección a la costa, y efectivamente, dos kilómetros después apareció el mar, una pequeña lancha y un islote en lontananza.
La isla nos pareció paradisíaca a primera vista, aunque un poco inquietante porque no la suponíamos tan deshabitada. De vez en cuando veíamos algún lugareño sentado al borde de la playa como meditando, contemplando la puesta de sol, viviendo a cámara lenta, en modo contemplativo, sin prisa y con pausa.

TODA PARA NOSOTROS
DESCANSANDO EN EL BANCO
MEJOR CON CAMISETA Y CREMITA PAL SOL
Decidimos rodearla por completo y disfrutar de sus playas repletas de cangrejos y cocoteros, aunque también de un montón de manglares que nos obligaron a hundirnos hasta la cintura en la tercera parte del recorrido, porque encima nos subió la marea a medio camino.

HABÍA QUE RODEARLOS
Teníamos que ir con un poco de cuidado, porque en algunas zonas había rayas de aguijón, de esas que si las pisas reaccionan con toda lógica clavándote un zarponazo que te enviaría directamente al doctor en el caso de que en la isla hubiera habido uno. Aunque a Steve Irwin, el famoso domacocodrilos australiano, lo enviaron directamente al otro barrio porque tuvo la mala suerte de que una de esas rayas le clavó el arpón en el corazón durante la filmación de un documental para Discovery Channel.

De vez en cuando aparecían algunos casoplones de millonarios camuflados entre la vegetación, como abandonados, que normalmente estaban en venta.

CASITA VERANIEGA
Los tres días que pasamos en Nananu-i-ra nos sentimos como desconectados de todo, apartados del mundo en un paraíso de baja velocidad. Nos alegramos de haber elegido un paraje tan relajado en lugar de alguna de las Mamanucas, mucho más turísticas.
De allí deshicimos en camino y volvimos a Viti Levu a reencontrarnos con Ricardo para ir juntos a Navala, una aldea tradicional del interior donde supuestamente íbamos a dormir en una cabaña familiar. El caso es que durante el trayecto en autobús empezó a diluviar bíblicamente, tanto que el carruaje se tuvo que detener sin poder llegar a Navala ya que se desbordaron los dos puentes que daban acceso al poblado. Nos vimos delante del puente sumergido, a punto de anochecer, en medio del bosque y con las maletas a cuestas. Por fortuna durante el trayecto vinimos charlando con unas chicas navalienses que casualmente resultaron ser quienes nos tenían que alojar una vez llegáramos allí. Como eso era imposible, nos invitaron a la ‘cabaña de la plantación de su primo’, que estaba allí cerca, a sólo 20 minutos de caminata entre la maleza y la barreza nocturna. Estupendo. Para ellos eran relativamente frecuentes estos contratiempos, pero en lugar de arreglar los puentes para que los desbordamientos no impidieran llegar a la aldea, preferían resolver el problema cada vez que se presentase. Typical fiyian.
En la cabaña del primo dormimos nueve personas, en pleno suelo, no sin antes preparar otro balde de kava y celebrar que al menos teníamos un techo silvestre para pernoctar. Nos resultó muy sospechoso que salieran afuera en plena noche y que trajeran el agua de algún sitio incógnito, en medio del bosque, para hacer el kava, así que nos abstuvimos educadamente. Además VT decidió que esa noche no le iba a picar ningún mosquito y se enfundó el sarong en la cabeza y unos calcetines a modo de guantes.

QUE RULE LA BIRRA
Apenas dormimos porque el chico del pañuelo azul en la cabeza tenía miedo de la oscuridad, y cada dos por tres nos despertaba dando palmadas para ahuyentar a los espíritus. Cada fiyiano con su tema. Por suerte, a la mañana siguiente había dejado de llover y el río había vuelto a su cauce, con lo cual pudimos  llegar a Navala.

CABAÑA DEL PRIMO
PUENTE SOBRE AGUAS TURBULENTAS VOLVIENDO A SU CAUCE
La aldea resultó maravillosa, con su pequeña escuela, su iglesia y unas espectaculares montañas como telón de fondo.

NAVALA
EN LA IGLESIA
VISTAS A LA CALLE
Es la única aldea que queda en la isla de construcción tradicional, con paredes de barro y techos de paja, y alberga a 400 habitantes que reciben algún ingreso extra alojando algunos turistas en sus casas. Era obligatorio entrar de ‘etiqueta’, con el tradicional sulu enrollado cual falda de tubo.

SULU OBLIGATORIO
CON FALDAS Y A LO CUERDO
Después de Navala volvimos a Nadi, donde nos despediríamos de Ricardo, que había sido una compañía  estupenda con una conversación muy interesante. Paramos en Lautoka de camino a Nadi para comer unos tallarines, ya allí conocimos a dos chicos nigerianos que estaban un poco depres; habían viajado hasta tan remoto lugar desde Nigeria porque unos promotores les habían prometido un contrato para un equipo de fútbol, y ahora que estaban aquí parecía que todo se iba a quedar en agua de borrajas y se iban a tener que dar la vuelta sin fichar. Cosas veredes...

BUSCANDO EQUIPO.
EL HERMANO DEL DE LA DERECHA JUEGA EN LA BUNDESLIGA

Nosotros tuvimos que irnos porque esperaba el continente canguril, aunque marcamos a Fiyi mentalmente con la etiqueta de 'volver'. Son más de 800 islas e islotes de las cuales poco más de 100 están habitadas, con lo cual la relajación está asegurada. La gente es extremadamente simpática y abierta, y transmiten una alegre tranquilidad que le hacen a uno sentirse confortable mientras no tenga una urgencia médica :)

FIYADIÓS...

viernes, 18 de febrero de 2011

15. NUEVA ZELANDA

NUEVA ZELANDA

Volamos desde Bali a Christchurch, en la isla sur de Nueva Zelanda (NZ), con escala en Sidney, donde perdieron una de nuestras maletas. Nos marearon bastante porque sorprendentemente JetStar (australiana) en NZ no tiene un simple ordenador para ver si la maleta aún no ha salido del aeropuerto origen o se ha caído al mar. Después de llamar unas cuantas veces a un número de teléfono que nos dieron en el aeropuerto al final nos dijeron que fuéramos a recogerla, que ya había llegado, pero al personarnos allí nos soltaron que bueno, que el número que nos habían dado era de un call center de la India y que cómo iban ellos a saber. Fue un tanto perplejizante para ser uno de los países supuestamente más avanzados con los que nos íbamos a topar en la globivuelta, aunque finalmente, dos días después, apareció el paquete y no volvió a desaparecer.
Christchurch se ha convertido en la ciudad del terremoto, sin duda alguna, que ocurrió tres semanas después de que nosotros pasáramos por allí. Antes de la catástrofe de Japón y después de la debacle de las inundaciones en Queensland, en Australia, en toda Oceanía no se hablaba de otra cosa. El 22 de febrero un seísmo de 6,3 sacudió la ciudad y se derrumbaron un montón de edificios de la zona centro, muriendo más de 200 personas.
En nuestro plan inicial nosotros habríamos llegado a Christchurch justo la noche anterior al seísmo, porque lo más lógico era hacer la ruta Bali-Australia-NZ-Fiyi, pero al final decidimos optar por el Bali-NZ-Fiyi-Australia, que es un poco más extraño, porque los billetes de avión salían más baratos, así que finalmente nos adelantamos a la debacle.
Unos meses antes ya se había registrado un terremoto que se notó en toda la isla sur, y cuando hablamos con lugareños, entre ellos nuestros hosts de Christchurch, nos dijeron que efectivamente había afectado a muchos edificios y algunos negocios habían tenido que cambiar de dirección para rehabilitar sus oficinas, aunque afortunadamente no había habido víctimas. Dando una pequeña vuelta por la ciudad lo pudimos comprobar rápidamente, porque había unos cuantos carteles como el de la foto:

TERREMOTO PREVIO
Desafortunadamente les esperaba aún la desgracia de febrero, que entre otros edificios derrumbó la catedral atrapando a bastantes turistas en su interior:

ASÍ ERA ANTES POR FUERA...

...Y ASÍ POR DENTRO
Cuando después hemos hablado con gente del resto de Oceanía muchos de ellos tenían conocidos que de forma indirecta habían resultado afectados.
Christchurch, al igual que el resto de las pequeñas ciudades de NZ que hemos visitado, es una población de lo más agradable, limpia y tranquila, donde uno se siente a años luz de los problemas que afectan al resto del mundo, seísmos aparte, ideal para llevar una vida sosegada rodeado de gente amable. Nos sorprendió bastante el clima de NZ, porque la esperábamos bastante más calurosa, pero en general ronda los veintipocos grados y por la noche incluso hace fresco, en pleno verano.
Aparte de pasear tranquilamente por la ciudad, que tiene un centro muy pequeñito y un gran parque (donde el príncipe William de Inglaterra se personó para dar su discurso de condolencia con las víctimas), fuimos al museo de la ciudad, donde había una casa con las paredes recubiertas de conchas marinas que a un matrimonio le dio por coleccionar durante décadas.

¡ OSTRAS !
HERENCIA BRITÁNICA
En NZ hace falta coche obligatoriamente, porque la isla sur en especial está casi vacía –un milloncejo de habitantes-, y pese a que los precios iniciales que nos ofrecían Hertz o Avis rondaban los 100 dólares al día -pasote del diez-, al final conseguimos en OmegaRental un ofertón por 15 dolarcillos (9 euros), aprovechando que la compañía necesitaba reubicar el coche en Auckland, en el norte, que es donde nosotros pensábamos dejarlo. Nos dimos un paseo por los alrededores de Christchurch antes de partir hacia el sur.

CERCA DE CHRISTCHURCH
De camino a Dunedin paramos para ver los boulders, unos cantos la mar de rodados que tras la erosión de millones de años se han quedado apelotonados como bolas de billar en la orilla de la playa.

PIEDRAS ENCANTADAS

CANICAS GIGANTES
En Dunedin nos acogieron Wan y Vincent, dos amigos de Malasia muy divertidos que nos enseñaron parte de la impresionante costa de Otago, donde el mar rompe con fuerza contra los inmensos peñascos de la orilla.

EN OTAGO CON WAN Y VINCENT

PLAYA ANTÍPODA
Nos trataron estupendamente y lo pasamos fenomenal recorriendo las playas cercanas con ocasionales leones marinos, donde es difícil bañarse porque el agua está francamente fría.
BLANCA Y FRESQUITA
HETE AQUÍ EL PEREZOSÍN
La ciudad transmite una tranquilidad deliciosa, aunque también tiene cierto ambientillo porque posee la universidad más importante de NZ, donde viene gente a estudiar de todo el país e incluso del extranjero. El trazado es cuadriculado con casitas unifamiliares, la mayoría de madera, y como curiosidad una de sus calles, la Baldwin, pasa por ser la más inclinada del mundo, según reza la placa a pie de cuesta, aunque no sabemos si en San Francisco tendrán algo que objetar al respecto.

DESENFRENADO
El estupendo museo de la ciudad nos permitió ver algunos kiwis –disecados-, esos pájaros que se quedaron sin alas al tener una evolución aislada sin depredadores naturales, y el arte típico de los guerreros maoríes, fundamentalmente de tallado en madera.

KIKIRIKIWI
TALLADOS MAORÍES
También se muestran algunas de las pertenencias de uno de los kiwis -así se llama también a los neozelandeses- más famosos de la historia, el alpinista Edmund Hillary, que fue el primero en poner sus zancas en la cima del Everest, con permiso del sherpa Tensing.

TAZÓN QUE ESCALÓ EN EVEREST
Otra de las atracciones de la ciudad a la que no pudimos resistirnos es la fábrica de chocolates Cadbury´s, donde además de ver todo el proceso de fabricación de las chocolatinas nos dieron una bolsita de muestra que nos supo a gloria. El guía que nos explicaba la cosa iba haciendo preguntas y al que respondía correctamente le daba una chocolatina de fresa o un huevo de Pascua, pero como el inglés kiwi es el más cerrado que hemos oído hasta la fecha siempre se nos adelantaba algún nativo goloso.

DELICIOSO
Nos fuimos de Dunedin a recorrer la parte sur, repleta de paisajes de playas inolvidables, cascadas, y formaciones rocosas.

SE LLAMABA KAKA POINT, PERO MUY LIMPITO...

NUGGETS

CASCATARATA
FAUNA KIWIPLAYERA

CALA EN EL EXTREMO SUR
AL BORDE DEL MAR
ATARDECER AL VOLANTE
Pernoctamos en el pequeño pueblecito de Te Anau, (fue la primera de las únicas tres noches que no hicimos couchsurfing en NZ), como transición para subir al día siguiente por la costa oeste hacia el conocidísimo Milford Sound. Allí hicimos un fantástico crucero entre montañas que normalmente se reflejan en el agua como en un espejo, aunque a nosotros el día nos salió bastante nublado.

MUCHAS MERINAS, NO CHURRAS

EL PASO DEL NORTE

MILFORD SOUND

ES EL PAÍS DE LAS CASCADAS

INMENSO FIORDO
De ahí nos desviamos a Queenstown, una ciudad de postal al borde de un lago que recuerda a los alpes suizos, donde nos alojaron Pablo y Olga (gracias!). Los lugareños se quejan un poco de que desde el estreno de ‘El señor de los anillos’, que en parte de filmó en los alrededores, los precios se han incrementado un porrón y se ha convertido en una ciudad más cara (aún). Está repleta de turistas que vienen a practicar deportes de aventura. La vista desde lo alto de la colina es magnífica.

QUEENSTOWN
Después de un par de días nos fuimos a Fox Glacier, donde nos hubiera gustado dar un paseo en helicóptero sobre el glaciar, pero como el tiempo estaba revuelto y las nubes envolvían la cima no hubo forma, nos tuvimos que conformar con ver el glaciar desde la distancia porque tampoco permitían caminar sobre él. Aunque hicimos noche allí para ver si la cosa mejoraba no hubo suerte, así que nos quedamos sin hielo neozelandés. Fue un poco decepcionante porque es uno de los hitos de la isla sur, pero es que en NZ son ultra-escrupulosos con la seguridad del turista, nada que ver con el sureste asiático.
El resto de la isla la recorrimos en nuestro pequeño Toyota alquilado, parando en cada calita y alimentándonos básicamente de supermercado. 

FOCAS EN LAS ROCAS DE LOS "PANCAKES"
Una noche en Hokitika nos acogió Jason, un chico realmente kiwi-kiwi, con su perro kiwi, su pesca kiwi, su tranquila vida kiwi al borde de la costa, y su inglés kiwi cerrado como un candado. Nos debió contar un montón de cosas, aunque entendimos bastante poco.
NZ es un país rico sólo en apariencia, el poder adquisitivo de la gente no es tan elevado en relación al tercer puesto en el ranking de índice de desarrollo humano que alcanzó el año pasado, escalando 17 puestos respecto a 2009. Los precios son similares a los españoles, excepto en servicios como internet, que es estratosféricamente caro (100 euros al mes o más con tráfico limitado) pero los salarios son incluso más bajos, por lo que la gente se quejaba de llegar muy justos a fin de mes. Nos chocó bastante  encontrarnos  treinta y cuarentañeros compartiendo pisos alquilados entre cuatro y cinco personas. La calidad de vida es increíble, pero los ingresos son limitados.
En el norte de la isla visitamos el parque nacional Abel Tasman, que toma su nombre del descubridor de estas tierras en el siglo XVII. Es un paraje estupendo en el que hicimos la mitad del recorrido en barco y el resto a pie, por un sendero que seguía la línea de costa, entre limpias playas que son de las pocas que en verano alcanzan una temperatura adecuada para que los kiwis acudan a bañarse.

LAGUNA EN EL PARQUE TASMAN

PLAYA VELERADA

Pasamos una noche en Blenheim con un matrimonio muy hospitalario y hablador, que nos dio calabacines de su huerta y nos hizo helado de frutas del jardín, y de allí tomamos el ferry en Picton directos a Wellington, en el extremo sur de la vecina isla norte. Cincuenta kilómetros en unas 3 horas con un paisaje estupendo que nos recordó a Milford Sound.
Wellington es una pequeña-gran ciudad, dicen ellos, porque pese al reducido tamaño y población (400.000), concentra una importante vida cultural. Justo al contrario de Auckland, gran-pequeña ciudad según versión wellingtoniana. Las ciudades rivalizan entre sí como lo hace la isla norte con la isla sur, aunque todas coinciden en ponerse de acuerdo para atacar a Australia, que no les hace demasiado caso a ninguna de las dos.

WELLINGTON
En cualquier caso la ciudad es la capital de NZ. Aunque no pudimos hacer fotos, se nos quedó grabada la noche en que Marcel, nuestro host, nos llevó a ver los cientos de luciérnagas del parque, y luego al monte Victoria, desde donde se tiene una perspectiva impresionante de toda la ciudad bajo un cielo abarrotado de estrellas.
En el museo nos encontramos con un enorme calamar gigante pescado, el único kraken en el mundo que está expuesto al público.

KRAAAAKEN...
Vimos también el cine donde se hicieron los estrenos mundiales de ‘El señor de los anillos’, que ha generado una industria cinematográfica impresionante, dio trabajo a muchísima gente y ha dejado una estela que recogen ahora las agencias de turismo.

TEATRO DE LA EMBAJADA

Partimos hacia la zona central, donde está el parque nacional del Tongariro, escenario también de la famosa trilogía, y llegamos a Taupo, a la casa de nuestro siguiente host, Terence. Allí coincidimos con Lauren, una chica de Alaska que estaba alojándose también allí. Con ella hicimos la que se vende como ‘caminata de un día más bonita del mundo’, atravesando el parque nacional entre lagos esmeralda y paisajes desérticos. 

TIERRA DE MORDOR
QUE MESCORROMOÑO...

LAGUNA ESMERALDA
Es un treking espectacular donde uno se imagina perfectamente a Frodo y compañía corriendo ladera abajo en busca del anillo. A mitad del recorrido se atraviesa una explanada enorme de tierra sin vegetación en las laderas de un volcán, y poco después se sube un montículo desde el que se divisan tres lagos sulfurosos y una cantera de tierra ferrosa. Es un recorrido de unas seis horas espectacular.
Otro día subimos a un monte cercano al lago Taupo, desde donde se divisaba el propio lago y la ciudad al fondo.
CON LAS VACAS LECHERAS

ASOMÁNDOSE A LA CIMA
Lauren se unió a nuestra ruta durante cuatro días, y juntos visitamos Rotorua, un poco más al norte, donde seguimos atiborrándonos de cascadas, fumarolas que desprenden vapor de agua, piscinas de barro y baños en aguas termales.

EN ESTA CASCADA SALE FRODO

BARRO HERVIDO

LAUREN Y MG

FUMANDO ESPERO...

MUCHOS LAGOS
La ruta nos llevó al final a Auckland, prácticamente en el extremo norte, que con un millón de habitantes es la única gran ciudad de la Polinesia. Aunque suene extraño NZ es parte de la Polinesia, como atestiguan los maoríes, de hecho es uno de los vértices del triángulo polinésico junto a Hawai e Isla de Pascua.

AUCKLAND
Nos quedamos en casa de Markus, un alemán que se había quedado aquí a vivir después de probar unos años en Melbourne. NZ nos sorprendió por la cantidad de jóvenes alemanes que vienen de turismo, muchos de los cuales hacen couchsurfing, porque en Alemania el sistema está bastante más implantado que en España.
A Auckland se la conoce también como ciudad de las velas, por la gran concentración de embarcaciones que hay en el puerto y la afición de la población a las labores de cabotaje. Nosotros nos topamos en pleno embarcadero nada menos que con el Queen Elizabeth, el famoso trasatlántico que comenzó a navegar el año pasado y que ha empezado a dar la vuelta al mundo. Es prácticamente idéntico al Queen Victoria, ligeramente más grande, con capacidad para 2092 pasajeros.

PAQUEBOTE QUEEN ELIZABETH
El edificio más característico de la ciudad es la Sky Tower, una torre de televisión desde donde los turistas pueden tirarse al vacío atados a unos cables. Nos contuvimos, principalmente por el precio, más de 100 euracos por la tontería.

SKY TOWER
 Los maoríes representan el diez por ciento de la población, y a diferencia de los aborígenes australianos eran guerreros, con lo cual los colonos ingleses no lo tuvieron fácil en la conquista. Llegaron hace menos de mil años procedentes de Polinesia oriental, lo que convierte a NZ el último país de la tierra en ser habitado. Actualmente tienen graves problemas con el alcohol y la obesidad y representan la clase social más baja.
En un mirador de la ciudad nos encontramos con un grupo de escolares maoríes que venían de excursión de naturales.

LAUREN A LA DERECHA
CISNE Y GANSO







De Auckland volamos a Fiyi y nos despedimos de la espectacular naturaleza montañosa de Nueva Zelanda con la sensación de dejar un país entrañable. Relajado, pulcro, y extrañamente remoto.