sábado, 9 de octubre de 2010

4. NORTE DE LA INDIA (I)

NAMASTE INDIA
Este es un post un poco triste. O algo alegre. O nada de lo anterior. O no sé.

Nuestras primeras experiencias indias nos sumieron en la contradicción. Fue un tanto exasperante, un montón emocionante, un bastante asustante, un nada indiferente. Un poco filifóbica, melancómica, naranjaoscuracasigris. Íbamos algo leídos y bastante advertidos, partíamos de una aproximación, pero todo número es cero ante el infinito y apenas funcionó. Nos sorprendió como ya sabíamos que nos iba a sorprender.

El caso es que el primer capítulo en la India nos hizo un nudo en el cerebro, luego lo deshizo, y finalmente lo restableció. Si algunas cosas se valoran en función de cómo se recuerdan, a la India le asignamos un: ¡uf!

Salimos desde Pokhara, en Nepal, en un ‘autobús para turistas’. Esto quiere decir que las cabras iban en el techo del carricoche, y no dentro, como en los buses locales, y al final formábamos un ecosistema muy ordenado. Uno de los ungulados se asentó encima mismo del equipaje de VT, y durante todo el trayecto temimos que con tanta curva, a la criatura le diera por soltar lastre y pintar un fresco en la maleta. Afortunadamente debía venir ya aliviada de la selva, o de donde viniera, porque se comportó. La maleta salió oliendo solamente a cabra. Hay que ser condescendientes con estos bichos, no todo el mundo es bilicenciado como yo.

MI PRIMA, DIRECTA A LA MALETA
El trayecto hasta la frontera india (Sunauli), discurrió con total normalidad: 180 km, 8 horas, y VT haciendo contorsiones para evitar el síndrome de la clase turista, que aquí consiste exactamente en explosiones rotulianas contra el hierro delantero, diseñado para proteger fémures de 30 cms, pero para recortar los demás hasta esa longitud.
Un chico se nos ofreció como cocinero, porque a un primo suyo se lo habían llevado a España (‘Barselona’), para trabajar en un restaurante nepalí, y para no cerrarse la salida estuvo muy rápido y nos dijo que si daba la casualidad de que no teníamos un restaurante nepalí, también podía hacer de chófer para nosotros y nuestra familia. Lástima que ya tengamos nuestro chófer de metro particular. También nos dijeron que sabían de un chico de España, que lo teníamos que conocer, que se llamaba Pepe. Lo normal.
Charlamos un ratillo con dos chicas alemanas que casualmente iban a hacer el mismo trayecto que nosotros, hasta Delhi. Ellas ya habían estado en la India y nos pusieron sobre aviso sobre el apasionante asunto de la higiene y la salud, con relatos sobre tropezones en la sopa en forma de lefties de ratón, nemátodos y platelmintos en la verdura, o rosetones en las sábanas. Cuando uno va de cabeza y sin freno a un país de estas características, tales apreciaciones le resultan inestimables. El comentario anterior es literal.

MUY MAJAS
Al bajarnos en la frontera retrasamos nuestros relojes un cuarto de hora (sí, en la India son 3 horas y media más que en España, pero es que en Nepal eran 3:45), y nos mantuvimos los cinco juntos, porque enseguida se vio que la cosa pintaba bastante fuertecilla. La frontera era un arco de piedra con una raya pintada en el suelo: a este lado, en Nepal, parecíamos a salvo, pero al otro, un montón de gente contenida nos miraba como detrás de un cristal, un pasito más allá, al otro lado de la nada que era lo mismo, esperándonos para pedir limosna, ofrecernos un rickshaw (carrito tirado por humano en bicicleta), vendernos una banana o un hijo suelto. Habíamos acordado que cogeríamos un autobús para llegar a Gorakhpur, a unas dos horas, y allí cada uno tomaría su tren a Delhi. La estación de autobuses estaba a 150 metros, pero no pudimos llegar.
La presión demográfica resultaba tan sofocante, nos mezclábamos todos tanto con el tráfico sobre el barrizal de arena, estábamos tan sudados y hacía tanto calor que a los 30 metros nos sorprendimos negociando con el conductor de un viejo jeep, uno entre las docenas que nos cortaban el paso y que esperábamos que nos lo abrieran:

- ¿Cuánto dices?
- 500 rupias.
- No, no, nos vamos en autobús.
- ¿Cuánto pagas?, dime cuánto…
- 200
- ¿200?... no, amigo, ustedes cuatro, y sólo 125 por cada uno - éramos cinco, pero a mí no me incluía.
- El autobús es más barato…
- Que no, que no…
- Que sí, que sí…
   …
Y finalmente:
- 300 rupias, 300 ustedes cuatro.
- Vale, pero con una condición: que no metáis a más gente.
- Hecho.

Metieron a más gente. Pero bastante más. Tuvimos que pelearnos todo el camino, pero el jeep paraba constantemente a recoger paisanos para hacer más caja:

- En este jeep caben 13 personas, es para 13.
- Venga ya, es máximo para 7 y somos 7, y nos lo habéis prometido.
- Pero mucho sitio libre.
- Sí, en tu imaginación.
- No, cada fila cuatro personas, sólo en una cinco…

Nos pusimos cabezones, pero en la fila del conductor, que nos incumbía menos, fueron casi todo el tiempo cuatro tíos además de un niño, tan anchos, en sentido sólo metafórico. El conductor estaba tan aplastado contra la ventanilla que sospechamos que él aceleraba y el tipo de al lado tenía que embragar.
Sabíamos que en la India intentan engañar al turista de una forma natural, porque ya nos lo habían chivado los nepalíes, que les tienen bastante paquete porque para eso son vecinos. La explicación barata es la siguiente: como en la India la ensalada de religiones es de tal calibre, tienen prohibiciones disponibles para cualquier mala acción, con lo cual su potencial delictivo está severamente limitado. Esto hace que la seguridad en el país sea muy alta de una forma un tanto relativa: jamás te quitarán nada, te convencerán de que eres tú quien se lo has dado. Estrictamente no mienten, adaptan su oratoria al devenir de los acontecimientos. Son gente de palabras, más que de palabra. Por eso hay que estar a la que salta o a la que brinca, y si es necesario escribir los precios acordados en un papel.
Después de dos horas y pico arribamos a Gorakhpur, donde teníamos que coger tren a Delhi. Al final no fue posible, y tuvimos que hacer noche en ese patológico sitio de transición.
Gorakhpur nos creó una impronta cerebral que nos acongojó bastante, por no decir lo otro, para el resto del viaje. Es una ciudad-establo-insectario en la que no hubiéramos entrado nunca, si no fuera porque la estación de tren estaba ahí, esperándonos para rechazarnos. Quisimos sacar billete los cinco, las chicas alemanas y nosotros tres, pero nos torearon durante dos horas para no llegar a ninguna conclusión:

- Que sí, joé, que necesitamos cinco billetes para ya, que nos han dicho en la otra ventanilla que es aquí.
- Pero hoy no, mañana porque ahora no funciona sistema.
- Pero si a tu compañero le funcionaba…
- No, ir ventanilla arriba que aquí no.
- Venimos por tercera vez de ventanilla arriba y nos estáis mareando.
- No tener billetes a Varanasi, todo vendido.
- De qué vas, tío, pero que vamos a Delhi, joer…
- Delhi mañana por la mañana mejor, en otra ventanilla…

Era imposible, decidimos quedarnos esa noche y probar suerte con los billetes por la mañana. Ello implicaba buscar ‘hotel’, si eso existiera, estando como estábamos, que no sabíamos ni de dónde íbamos ni adónde veníamos.

Las calles eran infectas: el tráfico era infernal sobre una carretera arenosa, los cláxones apenas nos dejaban oír, llevábamos por supuesto las mascarillas, llenas de mugre por fuera y de sales minerales por dentro. Nos tocaban los intocables, nos pedían de todo todo el rato, y los comerciantes nos ofrecían lo que vendieran insistentemente. El ganado campaba a sus anchas, entre el tráfico, porque a las vacas aquí no les dicen ni mú. Asfixiante. Menos mal que nuestras maletas se convierten en mochila, porque por allí no hubiesen podido rodar, sobre todo por los insectos como palomas que hacían “crunch” a cada paso, como la chocolatina. Afortunadamente sólo tenemos cinco sentidos, creo que no habría soportado ni uno más.

15 CM, EN PLENA ADOLESCENCIA
Había oscurecido y decidimos separarnos, MG se quedaría con las maletas y los demás nos iríamos a buscar hospedaje. Primero las chicas intentaron sacar dinero en un cajero ruinoso, pero su tarjeta Maestro no funcionaba, y al verse en esas condiciones tuvieron un pequeño ataque de ansiedad. Les prestamos dinero, no podía ser menos con lo bien que nos trataron y lo simpáticas que fueron, y empezamos a buscar cama.
Gorakhpur contradice a Lavoisier: la porquería se crea y se transforma, pero no se destruye. Lo intentamos en varios semihostalillos, pero estaba todo tan sucio, encharcado y olía tanto a… que era inaceptable. Uno de los sitios nos los enseñó una chica que tenía buen aspecto y albergamos cierta esperanza, pero al mostrarnos la cochambre que ofrecían, con sábanas tan sucias y agujereadas, con tanto bicho, no podíamos creer que esa chica hubiera salido de ese sitio con tal apariencia. Está visto que el hábitat no hace al monje. Nos estábamos llevando un bofetón en toda regla. Parece que Dante, después de todo, no tenía tanta imaginación, se ceñía a los hechos.
Al final, preguntando todo el rato por ‘el mejor hotel de la ciudad’, llegamos a uno que costaba 15 euros la doble, carísimo, y afortunadamente se podía soportar.
Volvimos donde MG, que estaba agobiado por las ratas e insectos, y en cuanto nos vio llegar requirió la información a VT:

- Venga, hazme un análisis sintético.
- Macho, o lo uno o lo otro.
- Bueno, vale, canta, pero rápido…
- Pues que habemus hotel.
- Aparta esa vaca, que voy a dar una voltereta…

Pasamos la noche, aunque antes tuvimos que pedir algo de cenar en el sitio más decente que encontramos: la comida la servían con las manos (vaya manos!), donde artrópodos de todo tipo tenían un alojamiento cinco estrellas, y las cazuelas eran eso que estaba debajo del óxido. Sabíamos que pasaríamos 48 horas en el filo de la duda, aunque finalmente nuestra flora bacteriana mantuvo el armisticio y la comida nos supo extrañamente bien.

POR LA MAÑANA NOS PARECIÓ ALGO MEJOR
A la mañana siguiente por fin lo conseguimos: cinco pases estupendos para Delhi, para esa misma tarde. Nuestro primer billete trenístico en la India nos hizo muy felices por sacarnos de aquel atolladero, pero partimos hacia Delhi con lagartijas en el estómago, porque las chicas nos decían que era todavía más agobiante. Hicimos un minidebate entre los tres, y estuvimos de acuerdo en que, si ese era el caso, nos saltaríamos el resto del país y pillaríamos el avión para Pekín. Afortunadamente, no fue así.
El tren fue todo un hallazgo, siempre que uno viajara en una clase decente. La nuestra era segunda con aire acondicionado. La primera clase ya no existe en la mayoría de los trenes, así que íbamos comparativamente como maharajás. MG se durmió enseguida, levitando en la litera de arriba, VT se enorejó el mp3 en la litera de debajo, y yo me puse a releer ‘Asesinato en el Orient Express’, dentro de la mochila, porque me daba yuyu.
Los vagones eran un poco ‘Cuéntame’, viejitos y arrugadetes, pero las literas resultaban confortables y el movimiento muy suave. Todo un alivio encontrar un refugio, especialmente si es para 14 horas… Las chicas alemanas se fueron en otro tren, un poquito más tarde, y quedamos en vernos en Delhi.
Al llegar, a las seis de la mañana, desperté a los chicos, que seguían estables, dentro de la ingravidez.
Nos lanzamos a la calle, dispuestos a enfrentarnos al caos y la miseria. Algunos fotogramas nos dieron pellizcos muy duros, entre amargo y agrio, de un quinto sabor. Una chica sin dientes, totalmente arrugada, de unos veintitantos, con cara de cien, tenía a sus pies tres niños pequeños y otro mayor, de unos siete, muy moreno y sucio, ojos verde mar. A éste le estaba pegando una paliza. El niño gritaba, se escapaba, ella tiraba de él, que lloraba, y su madre le chillaba y lo arrastraba por el suelo, y al final ella también lloraba. Parecía que el niño había perdido algo, y yo estaba a punto de perder el equilibrio.
VT me miró de reojo. Me pasó la mano por el lomo en tono paternal y me quiso animar:

- Vamos, Triqui. Toma mi pañuelo y sécate.
- No estoy llorando – dije,- pero voy a estornud… ¡achíííííssss!!!!

A los chicos también se les hizo un nudo en la garganta, pero como prefieren que no lo mencione, lo omito.
VT buscó alojamiento, una habitación sorprendentemente decente en un edificio que apenas se mantenía en pie. Al salir del hostal nos encontramos con el chico galés que conocimos en Nepal, el que le hizo la foto al oso en el parque Chitwan, y caramba, nos dimos un súper-abrazo efusivo, porque uno no se encuentra desconocidos íntimos todos los días.
Pero fue a partir de esa tarde cuando el viaje empezó a mejorar infinito, con algún claroscuro de miseria, gracias a una persona: Aman.

Aman es un chico indio, de Delhi. Pusimos un post en esta ciudad, y él respondió diciendo que realmente no tenía alojamiento para nosotros, pero que nos ofrecía su compañía, que no tenía Couch pero sí Surfing. Nos escribimos con él antes de llegar, era licenciado en literatura inglesa y profesor de inglés en un instituto, y llevaba 36 años, que a su edad es lo que dura una vida, conociendo gente, viajando y demás. Parece que conectamos, emilianamente hablando, y antes de conocernos en persona ya nos dijo que le quedaba una semana de vacaciones, y… que quería acompañarnos. Yo enseguida me entusiasmé, por fin un compañero de viaje con quien desoxidar el inglés que perfeccioné en Oxpork, durante el doctorado en Anthropology.
Quedamos con él esa tarde, en la estación. Al principio nos pareció un poco tímido, pero enseguida se vio que era un chico encantador, culto, muy pendiente de nosotros, y encima nos iba a guiar por el Rajastán. Sonaba bien, y resultó mejor, aunque ya hablaremos más de Aman en el siguiente post.
Esa tarde nos llevó a un mercado indio de cerámicas, telas y demás, muy interesante, todo limpito y agradable, y empezamos a sentirnos mucho más confortables, porque Delhi no parecía para nada el ogro que nos habían pintado. Carreteras pavimentadas y todo, eso era una ciudad, y si lo comparamos con Gorakhpur el castillo de  Neverland.
Luego, tras consensuar con Aman el itinerario del viaje, volvimos a la estación a pelearnos otra vez por sacar billete para el día siguiente hacia Jaipur. Es muy curioso cómo funcionan las colas en la India. Como los funcionarios que sacan los billetes pasan de todo, como el sistema funciona sólo por capricho, como hay tanta gente esperando para todo, y como encima estamos en temporada alta, pues los indios se cuelan. Por la derecha, por la izquierda, por arriba, casi por abajo. Encima hay que rellenar un formulario, con lápiz y papel, lo que optimiza la ineficacia. Cuando VT llegó a la ventanilla estaba rebozado de brazos y piernas, algunos de los cuales eran suyos, que clamaban un sitio en algún vagón. No es sólo que la gente se toquetee en las colas, es que la situación inicial en la parrilla de salida empieza a tres centímetros del anterior, y enseguida se alcanza la posición Paquito Chocolatero. La gente se superpone, yuxtapone, interpone, y no digo intersecciona simplemente por pudor. VT se tuvo que pelear un poco con el tipo de la ventanilla:

- Billete para Jaipur, por favor.
- Necesito número tren.
- Pues mírelo en el sistema…
- No, usted decir a mí…
- Y yo qué voy a saber.
- Pues pregunte otra ventanilla.
- Los coj—es, yo no hago más colas.
Y otra vez:
- Necesito número tren.

Siguieron volando en círculos sobre el aeropuerto durante un buen rato, pero al final VT volvió con el cartoncillo.

ESTA VEZ DESPEJADETE
Aman nos llevó a un restaurante paquistaní en la Old Delhi, donde nos encontramos de nuevo con gente llena de malformaciones, con piernas y/o brazos cortados, arrastrándose por el suelo, mendigando el envoltorio de una galleta.
Después nos fuimos a un ciber, a chequear un poco los correos y demás, y ¡oh!, sorpresa… ¿a quién nos volvimos a encontrar?... Exacto, al galés, un gallifante… Algunas veces, todo parecido con la coincidencia es pura realidad. Hicimos las típicas bromas, que si nos estábamos espiando y demás. Casualidad o causalidad, nos reímos un rato:

- Bueno, pues te vemos en Calcuta.
- Si no pienso ir…
- Ya, ni nosotros tampoco…

Quedamos con Aman para salir la tarde siguiente hacia Jaipur y volvimos al hostal. Estábamos agotados, aunque MG quiso aguantar despierto un rato más, y pensó el plan para la mañana siguiente. Intentó hablar con VT, pero éste rozaba el coma:

- Podemos ir a ver la ‘Puerta de la India’, que pilla cerca.
- Sí…
- Y hay un fuerte para visitar, el ‘Red Fort’, que está en Old Delhi.
- Sí…
- Y luego está la mezquita, un templo hindú, uno sij…
- Sí…
- ¿Me estás escuchando?...
- Un momento…
- Te decía que podemos salir después de desayunar…
- Marque asterisco…

Joder, qué tío. Qué capacidad para perder la consciencia, con lo que le costaba recuperarla. Al final MG también sucumbió, y yo me metí en el sobre, vulgo mochila, en el bolsillo más cómodo, que es el delantero, pero antes de dormirme me comí unos cacahuetes nepalíes que estos dos tenían almacenados y se iban a revenir.
Por la mañana vimos los templos que mencionó MG. El templo sij estaba cerca, pero llegamos después de unos cuarenta minutos, porque en el centro se formó un embotellamiento de campeonato, literalmente, ya que las calles estaban cortadas por los Juegos de la Commonwealth. Nuestro tuc-tuc surcaba la carretera como podía surcar un Scalextric, porque no se movía, estaba quieto, y nosotros con la mascarilla puesta para escaparnos de los tubos de escape.
En el templo nos tuvimos que quitar zapatillas y calcetines, y taparnos la cabeza con un pañuelo, ya que los tipos de faltas de respeto varían en cada cultura, y a nosotros nos las tienen que decir porque somos incapaces de deducirlas. Nos sentamos en el suelo un buen rato, viendo como la gente meditaba en posición de loto.

SÍJ, ES VT
Luego fuimos al Fuerte Rojo, una antigua fortaleza en la que se refugiaron los maharajás con sus séquitos, y la Puerta de la India sólo la vimos de lejos, porque no se podía acceder por los Juegos.

FUERTE ROJO
Había alerta por amenaza terrorista y la ciudad estaba tomada por cientos de policías, en la calle y en el metro, donde había que pasar por el arco de seguridad. Eso sí, pasábamos por el arco (de madera) como el que pasa por Albacete, porque allí pitaba hasta el mechero pero no había tiempo material de ponerse a revisar a todo el hormiguero. El metro en sí, sin embargo, nos sorprendió mucho por lo moderno, y porque en medio de plazas completamente en ruinas, con edificios agonizantes y derrotados, aparecía de pronto una estación por la que uno podía colarse en Europa.
Dedicamos el resto del día a ver algunos templos más y nos fuimos a coger el tren. Allí estaba Aman esperando. Nos colocamos en tercera, con aire acondicionado (igual que en segunda pero con seis literas, en vez de cuatro, por camarote). Hay varias clases más baratas, hasta la general, en la que viajan los que no pueden permitirse ni el casi gratis. Esos vagones forman parte del mismo tren, pero son como órganos diferentes. Dentro se hacinan los pobrecillos en una atmósfera podrida, mientras les corren los desechos, sólidos y líquidos, entre los pies.

Atardecía cuando nos íbamos alejando. Sentí una chinita en la barriga, un suspirillo de nostalgia, y miré hacia atrás para despedirme de la ciudad entrópica.
MG me sacó de mi letargo:

- ¿Cómo lo ves, Triqui, nos ponemos con el blog?
- Del blog me encargo yo, soy el único licenciado en Periodismo.
- Pero Triqui, si aquello que hiciste fue un curso CC… ni siquiera llegaste a la tercera C.
- Confundes mi título con tus medallas de natación – me tuve que defender.
VT insistió:
- Vamos, te echo una manilla, si quieres.
- No, gracias, mi aura debe permanecer incontaminada – reaccioné porque me moriría de vergüenza si alguien leyera mi blog, para eso es una especie de diario personal, ¿no?.
- Bueno, avisa si necesitas algo, ¿vale?
- Venga, echaos a dormir, que me cortáis la cadena de pensamiento…

Cuando los chicos se metieron en la litera, me acerqué silenciosamente a la ventana y apoyé las patitas delanteras en el alféizar, mirando el oscuro cielo encapotado, a punto de estallar.
Imaginé alguna estrella detrás de la neblina, y dentro de mi cabecita las impresiones de nuestro desembarco en la India se empezaron a desabrochar. Mis recuerdos eran calientes, pero también ocres. Dulces, pero también tristes. Veía las risas de la gente, pero también la gangrena evolucionando desde algún muñón. La tranquilidad de algunos, transformada en resignación. Y también me veía a mí mismo, bromeando con algún local que me pedía una foto, dado mi exotismo, a la vez que sorteaba con mis patitas los charcos de desahuciados. Momentos colectivos pero íntimos y extraños. Una rara sensación que no se aprende fácilmente en occidente, que dejaba un pasado reciente guardado en un rinconcito remoto de mis costuras.
Amarillo alegre, pero también verde mar.
Sentí un cosquilleo en la nariz y me apresuré a sacar el pañuelo, antes de estornudar. Me tapé con él la cara, previendo no hacer ruido, para no despertar a los chicos. Estuve un momento esperando el estertor, pero no llegaba. Entonces sentí algo húmedo bajando por un carrillo, y me di cuenta. Esta vez no iba a estornudar. Miré hacia atrás de reojo y me sequé de prisa los ojos, antes de que nadie se diera cuenta.
Volví la vista hacia arriba, y estuve contemplando la inmensa luna.

Era de noche, y sin embargo llovía.


MG quiere dedicarle este post a su amigo Jose de Londres.
Allá donde esté, siempre recordará su eterna sonrisa.

6 comentarios:

  1. joer, mi sueño romántico de conocer la India se está escuchurriando por momentos... casi que me quedo mejor con nepal... Por cierto, me encanta vuestro look summer in the country y esa cara de felicidad....

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  2. que soy aitor...por qué anónimo??

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  3. Uff, me he quedado sin palabras. Triqui, tu relato impacta (realmente el curso CC fue suficiente), nos ha llenado de sensaciones intensas directas al corazón y también al estómago. Espero impaciente el siguiente post.

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  4. Todas estas experiencias son las que luego vais a recordar con más viveza. Así que respirad profundamente (con la mascarilla) y sacad la parte positiva.
    Muchos abrazos.

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  5. ¿De verdad estáis viviendo todo esto?? Menudo viaje!! Triqui, desde luego eres un auténtico maestro relatando. A ver si aprendes Luis, y se te pega algo de su belleza narrativa...

    Besos a los tres y que sigáis disfrutando!

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  6. Mucho tiempo sin noticias de Triqui...
    Me pregunto: ¿viajar hacia el este es para emular a Phileas Fogg y así ganar un día, retrasando el encuentro con "infieles" que comen cerdo?
    Abrazos etc...

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