lunes, 4 de abril de 2011

18. POLINESIA: TAHITI, BORA BORA, MOOREA

TAHITI

Tomamos el avión en Sydney el jueves 24 de marzo a las 10h, y después de hacer escala en Auckland, tras unas 11 horas llegamos a Tahití a las 21h del día anterior, es decir, del día 23 de marzo. La línea de cambio de hora internacional queda antes de llegar a Tahití, así que de repente retrocedimos 24 horas en el tiempo y por primera vez en nuestra existencia vivimos dos veces el mismo día. Ganamos de repente todo el tiempo que habíamos ido perdiendo poquito a poco durante el viaje.

ESCALA EN NUEVA ZELANDA... QUÉ TIEMPOS !!
Tahití pertenece a las Islas de la Sociedad, que a su vez son parte de la Polinesia Francesa, entre las que también se encuentran las islas Marquesas o Tuamotu, por ejemplo. En total 118 islas y atolones repartidas en 5 archipiélagos, El primer occidental que pasó por allí fue Magallanes en su globivuelta del siglo XVI, aunque enseguida llegaron británicos, holandeses y franceses que empezaron a hincarle el diente al pastel. A finales del XIX los franceses consiguieron quedarse con la tarta completa y lo convirtieron en territorio de ultramar, de forma que el francés se impuso como lengua cooficial con la polinesia (emparentada con la que se habla en Hawai y en Isla de Pascua), y la población fue convertida al cristianismo, mayoritariamente protestante. Actualmente dependen del gobierno galo aunque gozan de un presidente local y representación diplomática.
Llegar a Tahití produce una intensa sensación de estar en medio de la nada, envuelto por un océano afortunadamente bastante pacífico, lejos del ajetreo continental. Se encuentra a 6100 kilómetros de Sydney y 8000 de Santiago de Chile, casi nada. Era de noche y volvimos a comprobar que en el hemisferio sur definitivamente hay muchas más estrellas que en el norte, independientemente del grado de polución ambiental, que en este caso era nulo. El firmamento está abarrotado de puntos amarillos en todas las direcciones, y la luna aquí no es mentirosa: cuando tiene forma de C está en Creciente, y cuando apunta una D es decreciente, al revés que en nuestras latitudes. Algunas cosas están dadas la vuelta en el hemisferio sur, como el agua que se vierte por el desagüe, que gira en sentido horario por la fuerza de Coriolis.
Según nos apeamos del avión nos dieron a todos los pasajeros una tiaré perfumada para ponérnosla en la oreja, la típica flor blanca de la Polinesia, y al igual que nos pasó en Fiji había una pequeña banda tocando el ukelele tahitiano que entonaba una canción de bienvenida. Pero aparte de eso, nuestro hospedador francés, Arón, nos estaba esperando a la salida de las maletas con su amigo Marcel y nos pusieron los tradicionales collares de flores con los que se recibe a las visitas.

 BIENVENIDA
Arón vivía con Thibaud, su hijo de 14 años, un chico absolutamente encantador con una sonrisa perenne en la boca, que de hecho fue quien nos dejó su habitación y se puso un colchón en la de su padre. La casa estaba cerca de Papeete, la capital, con un jardín estupendo con vistas al mar, desde donde nos señalaban con el dedo en la distancia para que atisbáramos la isla que compró Marlon Brando. El actor rodó allí ‘El motín de Bounti’, y de paso se enamoró de Tarita, su partenaire en la película, con lo cual decidió casarse por tercera vez y tener un lugar privadísimo para ellos solitos. A raíz de la muerte de la estrella, ahora el dueño de una cadena de hoteles del archipiélago se ha propuesto construir allí el complejo ‘The Brando’, para ultrarricos megapijos.

Tahití es la isla más grande de la Polinesia Francesa, que en realidad tiene la forma de dos islas pegadas entre sí. Es el centro cultural, donde el resto de los isleños se escapan de vez en cuando para ir al cine o salir de discotecas. Nuestros hosts nos llevaron en coche a recorrer la costa, y nos pararon en varios de los puntos más típicos. Vimos el mercado ‘Le Marché’ de Papeete, donde se venden joyas, los típicos pareos, vainas de vainilla, jabones perfumados, y aceite de monoi, que es un producto local para hidratarse y protegerse del sol muy apreciado en todo el Pacífico, tanto que un chico con el que habíamos contactado para tomar un café en isla de Pascua, nuestro próximo destino, nos pidió que le lleváramos un frasco.

ACEITOSO MONOI
CENTRO DE PAPEETE
Las playas no son tan espectaculares como en el resto de las islas, porque no hay tanto arrecife de coral, pero aún así fuimos a bañarnos a una de arena negra, en cabo Venus, donde además está el faro de la isla y monumentos conmemorativos de los primeros europeos que desembarcaron allí; Wallis, Boungainville, y el omnipresente capitán Cook.

CABO VENUS, ARENA NEGRA
También nos dimos un chapuzón en las grutas de Maraa, tres cavernas repletas de helechos y bejucos con un agua la mar de fría donde solía bañarse Gaugin (a cuyo museo finalmente no fuimos…)

CASCADILLEANDO
En la costa norte hay un curioso agujero subterráneo que puentea dos rocas sobre las que rompen las olas y que llaman ‘el silbato de Arahoho’, porque cada poco tiempo sale un chorro a presión haciendo un ruido tipo surtidor. Aquí cerca vimos algunos surfistas sueltos en un mar embravecido por momentos.

SURFISTA EN EL CENTRO
AGRESTE COSTA
Una noche, después de una cena a base de pescado crudo, poisson cru, que sirven en unas roulottes de la capital, al aire libre, nos llevaron al espectáculo de baile tahitiano del hotel Intercontinental, que ese día estaba basado en las tradiciones guerreras de tribus locales. Al final los bailarines acaban agotados porque la coreografía es de una energía bárbara.

MOOREA AL FONDO
NOCHE TRIBAL
ESTABAN SUDANDO...
Nuestros hosts nos invitaron también a una fiesta de máscaras en una discoteca el sábado por la noche, y ese día nos fuimos a dormir a las 6 de la mañana. La pasión por el drinking no conoce fronteras…

TAHITIDISCO
MASCARADOS
Después de unos días en Tahití nos fuimos directos a Bora Bora, a 250 kilómetros al noroeste, en vuelo de hélices de 50 minutos. Bora Bora es fácil de explicar. Es un atolón con fama de ser una de las islas más bonitas de la tierra, de unos 30 kilómetros de circunferencia, rodeada de una laguna de agua cristalina y arena blanca donde uno puede bañarse entre educadas rayas, pacíficos tiburones y cientos de pececillos de todos los colores. Está rodeada de varias tiras de arrecife que forman un anillo donde hay un montón de resorts extremadamente caros con los famosos bungalows sobre el agua de la playa. El aeropuerto también está en una de estas franjas de arrecife, que se denominan motus.

POR EL CAMINO
FRANJAS DE ARRECIFE
LLEGANDO A BORA BORA
A PUNTO DE ATERRIZAR
Hay un trozo de costa, en Matira, donde se puede andar muy adentro del mar porque la laguna es muy llana y no hay más que dejarse flotar con la escafandra del snorkel puesta para ver un montón de vida submarina. No hace falta ni bracear, el agua es tan salada que basta abandonarse a la pequeña corrientilla para viajar por los mundos de Cousteau. El color azul turquesa del agua es el más increíble que hemos visto en la globivuelta, las orillas están repletas de cocoteros, y luce un sol que implica crema de elevado FPS o camiseta.

TODO PARA NOSOTROS
ENTRE MANTAS Y PECECILLOS
Un día nos pillamos un kayak para remar hasta una miniislita cercana, por hacer algo diferente, y encontramos un pedazo arrecife de coral con un caleidoscopio de peces de toda condición.

KAYAKING
También fuimos al hotel Le Meridien, en un catamarán, porque tienen acotada una zona de la playa con un montón de tortugas con las que pudimos chapotear durante toda una mañana. No se asustan, de hecho nos dijeron que cuando tienen hambre dan algún mordisquillo.

NO SE ASUSTAN
El centro de Bora es una montaña Otemanu, de 727 metros de altura, bastante escarpada, que pudimos contemplar desde todos los ángulos porque la rodeamos dos veces, el día que alquilamos las bicis y el día en que nuestra host nos consiguió un coche gratis (gracias, Cécile !!).

SÓLO HAY UNA PEQUEÑA CARRETERA
AQUÍ SE HAN FILMADO VARIAS PELIS
EL OTEMANU ES MUY ESCARPADO, COMPLICADO SUBIR
EN LA PLAYITA DEL HOTEL LE MERIDIEN
BUNGALOWS OVER THE WATER
De todas formas, es muy fácil hacer autostop, en menos de un cuarto de hora el primer día nos pararon dos chicas y nos acercaron hasta la playa para darnos un chapuzón.
Nos sorprendió que hubiera bastante perro suelto, que aunque en principio no son peligrosos cuando anochece se juntan en grupos y hay que andar con un poco de cuidado. En cualquier caso por la noche no hay nada que hacer, no es una isla festivalera, aunque un par de días tuvimos cena con los amigos de Cécile.
Desde Bora Bora volvimos al avión de hélices y nos bajamos en Moorea, la isla vecina de Tahití, haciendo parada en Huahine, otra perlita donde se bajó la mitad del avión. El primer salto fue de 20 minutos y el segundo de 25. Aquí todas las islas son espectaculares, así que se puede tirar un dado y dejar decidir al azar. Vistas desde el aire se dan todas un aire de arrecife bastante similar.

MOTUS DE CORAL
A VECES LAS NUBES SE QUEDAN JUSTO ENCIMA DE LA ISLA
EL DÍA ERA RADIANTE
ESTABA DANDO LA VUELTA AL MUNDO CON ENERGÍA SOLAR
En Moorea nos alojó Laure, una chica que trabaja en el hotel Intercontinental y que vivía con el pequeño Maoui, su hijo de 6 años. Según llegamos nos dio unas toallas para que nos pudiéramos bañar en la piscina, como los clientes. Bieeeen!…. Cada uno de los bungalows costaba unos 700 machacantes la noche, y nosotros dormimos en casa de Laure, al ladito del hotel, por cero euracos per capita… Genial. La verdad es que a estas alturas ya no tenemos palabras para el couchsurfing, porque Tahití es caro de narices, pero viajando de esta forma es como estar en Madrid.

INTERCONTINENTAL
MAOUI (DE NEGRO) JUGANDO CON SUS COLEGAS
CHALECITOS EN LA LADERA
Moorea es igualmente espectacular, preciosa, más grande que Bora Bora, con sus playitas de arena blanca y agua aturquesada, pero muy montañosa en el interior, con picos bastante escarpados cerca de la costa. Hicimos una excursión en un 4x4 por los empinadísimos caminos de la montaña para ver bien los paisajes desde arriba.

DESDE EL MIRADOR BELVEDERE
RESORT
CAMBIA LA PROFUNDIDAD Y EL TURQUESA SE HACE AÑIL
Volvimos a alquilar un par de  kayaks y nos arrimamos a un bote de excursionistas que estaba varado en medio del mar, alimentando a las rayas y tiburones… Las rayas se pueden acariciar y de hecho cuando se les da de comer prácticamente sacan el cuerpo del agua, y los tiburones, de unos dos metros, rondan entre los bañistas a la caza de la sardina. La única precaución que hay que tener es no llevar el pescado en la cintura, porque claro, un pequeño error de cálculo del escualo de turno puede representar un riñón menos. Nosotros nos metimos entre los bichos con un poco de reparo, por aquello de no tropezar con el típico tiburón Rompetechos o la ocasional manta Carpanta, pero la sangre no llegó al océano y disfrutamos un montón el bañito entre tanto bicho.

EN UN ISLOTE
REGRESANDO A MOOREA
La verdad es que había pocos turistas, pero los pocos que había se lo estaban pasando bomba con los deportes naúticos. Según nos contó Laure se nota mucho la crisis y este es un sitio muy caro, -bastantes hoteles han tenido que cerrar-, y es un destino casi exclusivo para gente que está dando la vuelta al mundo o para recién casados, que echan la casa por la ventana del bungalow.

VIDA RELAJADA
CUIDADO, ROCAS
El comercio más importante en la Polinesia Francesa después del turismo es el dedicado a la venta de perlas, principalmente de color oscuro o negro, que floreció en los años 60 cuando un japonés enseñó a los locales la técnica para conseguir que las ostras generen las joyitas cebándolas con un pedacito de concha. Cuando los bichos tienen tres años de edad se introduce el cebo, y dos años más tarde se abre el molusco y se ve el resultado, que es totalmente impredecible. Hay cuatro niveles de calidad, desde el A (una sola imperfección como mucho), hasta el D (mala calidad, no se puede cerfitificar).
Nos pararon en una tienda para incitarnos a comprar aunque nos abstuvimos, pero las japonesas que iban con nosotros se llevaron un par de canicas de elevado calibre. Eso sí, no dejan sacar fotos.
También nos enseñaron una fábrica de zumos local y una plantación de vainilla.

VAINILLA
El interior de la isla es paradisíaco, apenas hay una carretera, sólo apta para jeeps, que se adentra entre las montañas.

INTERIOR MONTAÑOSO
PAISAJE MOOREANO
MOOREA TIENE OCHO PEQUEÑAS BAHÍAS
BARQUITA ATRACADA
Polinesia es ideal como retiro tranquilo para jubilados sin problemas fiduciarios, con querencia por la playa y gusto por la vida contemplativa. El nivel de vida es bastante alto, ya que el estado francés inyecta una cantidad de dinero tan impresionante que ha reducido las reivindicaciones nacionalistas a lo meramente anecdótico. La última vez que hubo quejas fue en 1995, porque Francia reinició en el atolón de Fangataufa las pruebas nucleares que había iniciado en Mururoa, pero al año siguiente las pruebas se pararon y la población volvió a disfrutar de una plácida existencia.

Nosotros nos quedamos con el recuerdo de las playas más idílicas que hemos visto en la globi, con un mar diseñado para el disfrute en un lugar remoto pero cómodo y civilizado, aunque sólo asequible mediante couchsurfing.

1 comentario:

  1. ¿Cómo están?
    Tenía ya tiempo que quería leer más de sus aventuras y hasta ahora me he dado el tiempo de hacerlo. ¡Qué interesante leer y ver todas las fotos de sus viajes! Yo por el momento me he mudado desde enero de este año a Nueva York. Ya no vivo en Japón y hasta el momento todo bien por acá. Si llegan a pasar de visita por acá no duden en avisarme, me daría mucho gusto volver a encontrarlos.
    Un fuerte abrazo!
    Josué

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