domingo, 27 de febrero de 2011

16. FIYI

FIYI
Desde Nueva Zelanda pillamos un pedazo de avión de Air Pacific rumbo a Fiyi, de esos que tienen planta de arriba, que en contra de nuestra creencia no está asignada a la clase VIP, sino que fue donde nos pusieron a nosotros pese a nuestro billetaje clase econoturista.

MEGAVIÓN
Fiyi pilla casi en vertical hacia arriba desde NZ, y ambos están a +12 horas respecto a España en verano, por lo cual estos son los primeros parajes del mundo donde se ha convenido que comience el día. Según nos bajamos en la terminal del aeropuerto de Nadi, (en la isla más grande, Viti Levu), nos encontramos a estos señores, con sus pareos fijianos (sulus) y camisa primaveral, que dan la bienvenida a los turistas con sus mandolinas y una flor blanca en la oreja. En el lóbulo izquierdo implica soltería, y en el derecho significa emparejamiento o compromiso formal.

BULA BULA

Los fiyianos se independizaron de Gran Bretaña en 1970, aunque siguieron bajo su influjo hasta que en 1987 dieron un golpe de estado y proclamaron la República. Los británicos habían llevado a las islas una gran cantidad de mano de obra principalmente india, de forma que en la acrtualidad esta etnia ronda el 40% de la población y son los que manejan los negocios en las islas, dado el carácter marcadamente anticompetitivo y desestresado de los indígenas, que prefieren la vida contemplativa. La reciente historia política del país es un toma y daca entre ambas poblaciones por acaparar el poder, con peleas raciales y mutuas acusaciones de corrupción. Los nativos son melanesios ('isleños negros'), al igual que sus vecinos de Vanuatu, Salomón, o Nueva Caledonia, y físicamente tienen rasgos africanos, bastante diferentes a los polinesios y micronesios, siendo todavía un misterio cómo fue la ruta exacta que los trajo hasta aquí desde el continente negro.

Nosotros habíamos quedado por internet con Save, un fiyiano en toda regla que se postulaba como ‘embajador de couchsurfing en Fiyi’, que vino a recogernos y nos trasladó en taxi a la vivienda familiar, vulgo choza, a pocos kilómetros del aeropuerto, donde compartía hogar con su mujer, sus dos hijos -a la espera próxima del tercero-, un sobrino y dos sobrinas. La situación nos recordó mucho a Nepal; la familia vivía con lo justo y habían encontrado en el couchsurfing una manera de vender tours a los surfistas que alojaban, o al menos tratar de lograr algún ingreso. Save decía en su perfil que era guía turístico, y antes de que llegáramos nos pidió un par de botellas de ginebra Gordon´s del duty free, que nos pagaría. En tal situación era evidente que estuvimos de acuerdo en regalárselas.

VIVIENDA FAMILIAR
Nos dejaron una de las dos habitaciones que tenían, la única con camas, y ellos durmieron en el suelo porque decían que estaban acostumbrados. Era un choza humilde hasta lo austero y con bastante saborcillo, en consonancia a la ausencia de lavadora y aperos de limpieza en general, aunque llevábamos las sábanas saco y dormimos como troncos. Además pudimos presenciar interesantes lecciones de naturaleza mientras los geccos -salamandras- cazaban moscas delante de nuestras narices cerca de la bombilla de la pared.

HABITACIÓN DE INVITADOS
Los niños, de cuatro y siete años, eran absolutamente encantadores y tenían unos reflejos impresionantes jugando a las cartas. Eran listísimos, habían colgado en las paredes el abecedario y unas tablas de sumar y les encantaba recitarlas, en un inglés más que académico.

CON SUVA Y EL PEQUE
DE ESCALADA
La familia era archicristinana, y como el domingo por la mañana no pudieron ir a la iglesia porque estaba lloviendo, el cura se vino a casa por la tarde y a las siete en punto estábamos todos allí sentados durante una hora recibiendo una señora homilía en fiyiano, de la que sacamos como conclusión que con la religión pocas bromas. Se la tomaban muy en serio, el padre recitó un montón de salmos muy compungido, y aunque lo hiciera en cristiano no nos enteramos de nada, salvo de su devoción.

EL CURA A LA DIESTRA
Nos trataron muy bien y nos dieron de comer arroz, taro (un tubérculo similar a la patata pero de color verdoso una vez cocido y bastante soso, que hacía las veces de pan), y una sopas de verduras estupendas. Las mujeres se dedicaban a preparar la comida y medio atender a los niños -que prácticamente se cuidaban solos- y en general hablaban casi poco o bastante nada, porque las relaciones con los invitados -nosotros-, las llevaba el padre, de 34 años. 

SOBRINA, MADRE Y MG
COMIENDO... EL NIÑO ERA LÍSTISIMO...
El sobrino, de dieciocho años, era un chaval muy majo, y nos acompañó a dar una vuelta a una tienda cercana que no llegaba a ‘tien’ –no pudimos comprar nada decente- y por el camino nos quedamos estupefactos al contemplar la siguiente estampa de jóvenes jugando al fútbol en el barro, o más exactamente inmersos en él.

FANGO DE FÚTBOL
Aquello que nos pareció una locura acabó convirtiéndose en nuestro destino, porque al día siguiente el sobrino nos llevó a un ‘centro de aguas termales’ (sic), en medio del monte, que consistía en un charco de agua mineral calentita y un pozo de barro de cincuenta centímetros que publicitaban como tratamiento corporal no testado dermatológicamente. Allá que nos sumergimos cual jabalíes en proceso de desparasitación.

TRAS LA INMERSIÓN
Nos echamos unas risas confiando en que la colección de bacterias de la ciénaga estuviera de nuestra parte. También fuimos a un precioso parque cercano, el del Gigante Dormido, que toma su nombre de una cercana roca que se atisba desde allí y que con bastante imaginación o un par de whiskies se supone que da origen a su nombre.

LLOVÍA UN POCO
La caseta familiar estaba en medio de la nada, así que al tercer día nos marchamos a recorrer la isla con Ricardo, un biólogo colombiano que nos contactó antes de llegar, y que después de mucho viajar había aterrizado aquí hacía cinco meses inmerso en un proyecto local para crear unas granjas ecológicamente sostenibles. Nos cayó fenomenal, conectamos de inmediato y nos fuimos con él a recorrer la parte sur de la isla, hacia el este.

QUEDAMOS CON RICARDO AL LADO DEL MERCADO
Visitamos un antiguo asentamiento fiyiano donde vivía hasta el siglo XIX una tribu de guerreros locales que combatían con las ordas vecinas y sacrificaban a sus capturados tumbándolos en una piedra para decapitarlos, donde procedían al efecto poniendo un cesto en el suelo para recoger la testa del piafante.

DEMO MODE DE RICARDO EN LA PIEDRA DE DILAPIDAR
NO QUEDABA CASI NADA DEL POBLADO, EXCEPTO LAS VISTAS
Nos sorprendió mucho que Ricardo conociera un centro Hare Khrisna en Sigatoka donde había un buffet gratis para quien quisiera entrar, compuesto de arroz con curry, puré de garbanzos, arroz con leche y alguna cosa más. Todo vegetariano.

HARE HARE
Aprovechamos para repostar y salimos de allí muy agradecidos al hinduismo.
La tarde la dedicamos a recorrer el parque de Las Dunas, una extensión de bosque bajo que acaba en una gran duna de arena al borde de la playa.

TOP DUNA
POBLADOS ENTRE PALMERAS
JUMPING
LLEGANDO A LA PLAYA
Salimos del parque justo a la hora en que iban a cerrar, con lo que el chico de la entrada, Fina, nos estaba esperando para cerrar la caseta una vez asegurado de que volvíamos con vida. Paramos un minibús en la carretera y nos volvimos juntos a Sigatoka, trayecto durante el cual pudimos constatar personalmente lo que nos habían contado sobre la hospitalidad de los fiyianos: Fina enseguida nos propuso un piscolabis y esa misma noche quedamos con él y sus amigos para tomar ‘kava’.
El kava es una planta originaria de las islas del Pacífico a partir de la cual se elabora un bebestible marrón que resulta de machacar las raíces y colarlas con ayuda de un trapo que hace de filtro sobre un recipiente con agua. Las raíces las compramos con Fina en la plaza del mercado, y por la noche nos hicieron un par de baldes de un líquido tan marrón que nos trajo a la memoria la opaca espesura de los lagos de la India. El mejunje sabía exactamente a agua de charco, aunque nunca la hayamos probado, y los lugareños la usan para socializar porque contiene un alcaloide de propiedades relajantes y ansiolíticas, aparte de bastantes más cosas que pueden provocar estrés de hígado severo. El que oficia la ceremonia suele ser el jefe de la tribu o clan, y va ofreciendo el potaje ordenadamente a los comensales, que pueden pedir un cacillo más o menos cargado –‘marea alta’ o ‘marea baja’-.

BALDE DE KAVA CON FINA Y COMPAÑÍA
Al día siguiente visitamos otro parque con especies autóctonas de lagartos y aves donde destaca el omnipresente zorro volador, que es muy común en las islas del Pacífico y no digamos en Australia.

MUCHOS HIBISCOS
COMEN FRUTA, NO MUERDEN
Quedamos en vernos con Ricardo en un par de días, ya que tenía que volver a su trabajo, y nosotros nos fuimos a Suva, la capital de la isla y ciudad más importante del país con 300.000 habitantes. Aquí tuvimos un hospedador de lujo, Ravi, que nos alojó un par de noches y nos hizo un estupendo recorrido por la capital y alrededores (¡mil gracias!).
La madre de Ravi era de Tonga y su padre americano, ambos profesores de universidad, y vivían en un chalet muy grande, todo un contrapunto a nuestra primera experiencia en la chabola. Además nos agasajaron con los productos de su sabroso jardín, zumo de papaya con limón, leche de coco, caña de azúcar, guayabas… todo un atracón de fructosa fijiana.

RAVI DESCORCHANDO UN COCO
Ravi nos enseñó la ciudad y aprovechamos para comprar aún más fruta y verdura, que además de barata era excelente.

NOS VOLVIMOS FRUTÍCOLAS
REFRESCÁNDOSE LOS PIES
Casualmente presenciamos una boda fijiana, donde el novio nos concedió una foto vestido como estaba, más bien cual chacha sureña buscando a Escarlata.

UNISEX
Luego nos fuimos de trecking al monte Korobaba, el más alto de la zona desde donde se divisaba la ciudad en la distancia.

CAMINO EMPINADO
CON RAVI EN KOROBABA
En la bajada Ravi nos condujo a unos pozos de agua natural bien fresquita, donde nos dimos un chapuzón más que apetecido.

EAU DE FIYI
Además una noche Ravi nos llevó a casa de unos amigos suyos donde volvimos a tomar kava -sin burbujas- y para rematar nos recomendó con mucho acierto visitar Nananu-i-ra, una pequeña isla al norte de Vitu Levu que había quedado despoblada en el siglo XIX por las guerras y epidemias, y que ahora es un refugio tranquilísimo para algún turista suelto que busque relajación total. Nos hizo la reserva en un pequeño hostal y tras despedirnos tomamos un autobús que nos dejó en medio de una carretera donde supuestamente debía haber una barca.

CAMINO EN BUS HACIA LA ISLA
LES CHIFLA EL FÚTBOL PERO MÁS EL RUGBY, DEPORTE NACIONAL
El conductor nos indicó que anduviéramos quince minutos en dirección a la costa, y efectivamente, dos kilómetros después apareció el mar, una pequeña lancha y un islote en lontananza.
La isla nos pareció paradisíaca a primera vista, aunque un poco inquietante porque no la suponíamos tan deshabitada. De vez en cuando veíamos algún lugareño sentado al borde de la playa como meditando, contemplando la puesta de sol, viviendo a cámara lenta, en modo contemplativo, sin prisa y con pausa.

TODA PARA NOSOTROS
DESCANSANDO EN EL BANCO
MEJOR CON CAMISETA Y CREMITA PAL SOL
Decidimos rodearla por completo y disfrutar de sus playas repletas de cangrejos y cocoteros, aunque también de un montón de manglares que nos obligaron a hundirnos hasta la cintura en la tercera parte del recorrido, porque encima nos subió la marea a medio camino.

HABÍA QUE RODEARLOS
Teníamos que ir con un poco de cuidado, porque en algunas zonas había rayas de aguijón, de esas que si las pisas reaccionan con toda lógica clavándote un zarponazo que te enviaría directamente al doctor en el caso de que en la isla hubiera habido uno. Aunque a Steve Irwin, el famoso domacocodrilos australiano, lo enviaron directamente al otro barrio porque tuvo la mala suerte de que una de esas rayas le clavó el arpón en el corazón durante la filmación de un documental para Discovery Channel.

De vez en cuando aparecían algunos casoplones de millonarios camuflados entre la vegetación, como abandonados, que normalmente estaban en venta.

CASITA VERANIEGA
Los tres días que pasamos en Nananu-i-ra nos sentimos como desconectados de todo, apartados del mundo en un paraíso de baja velocidad. Nos alegramos de haber elegido un paraje tan relajado en lugar de alguna de las Mamanucas, mucho más turísticas.
De allí deshicimos en camino y volvimos a Viti Levu a reencontrarnos con Ricardo para ir juntos a Navala, una aldea tradicional del interior donde supuestamente íbamos a dormir en una cabaña familiar. El caso es que durante el trayecto en autobús empezó a diluviar bíblicamente, tanto que el carruaje se tuvo que detener sin poder llegar a Navala ya que se desbordaron los dos puentes que daban acceso al poblado. Nos vimos delante del puente sumergido, a punto de anochecer, en medio del bosque y con las maletas a cuestas. Por fortuna durante el trayecto vinimos charlando con unas chicas navalienses que casualmente resultaron ser quienes nos tenían que alojar una vez llegáramos allí. Como eso era imposible, nos invitaron a la ‘cabaña de la plantación de su primo’, que estaba allí cerca, a sólo 20 minutos de caminata entre la maleza y la barreza nocturna. Estupendo. Para ellos eran relativamente frecuentes estos contratiempos, pero en lugar de arreglar los puentes para que los desbordamientos no impidieran llegar a la aldea, preferían resolver el problema cada vez que se presentase. Typical fiyian.
En la cabaña del primo dormimos nueve personas, en pleno suelo, no sin antes preparar otro balde de kava y celebrar que al menos teníamos un techo silvestre para pernoctar. Nos resultó muy sospechoso que salieran afuera en plena noche y que trajeran el agua de algún sitio incógnito, en medio del bosque, para hacer el kava, así que nos abstuvimos educadamente. Además VT decidió que esa noche no le iba a picar ningún mosquito y se enfundó el sarong en la cabeza y unos calcetines a modo de guantes.

QUE RULE LA BIRRA
Apenas dormimos porque el chico del pañuelo azul en la cabeza tenía miedo de la oscuridad, y cada dos por tres nos despertaba dando palmadas para ahuyentar a los espíritus. Cada fiyiano con su tema. Por suerte, a la mañana siguiente había dejado de llover y el río había vuelto a su cauce, con lo cual pudimos  llegar a Navala.

CABAÑA DEL PRIMO
PUENTE SOBRE AGUAS TURBULENTAS VOLVIENDO A SU CAUCE
La aldea resultó maravillosa, con su pequeña escuela, su iglesia y unas espectaculares montañas como telón de fondo.

NAVALA
EN LA IGLESIA
VISTAS A LA CALLE
Es la única aldea que queda en la isla de construcción tradicional, con paredes de barro y techos de paja, y alberga a 400 habitantes que reciben algún ingreso extra alojando algunos turistas en sus casas. Era obligatorio entrar de ‘etiqueta’, con el tradicional sulu enrollado cual falda de tubo.

SULU OBLIGATORIO
CON FALDAS Y A LO CUERDO
Después de Navala volvimos a Nadi, donde nos despediríamos de Ricardo, que había sido una compañía  estupenda con una conversación muy interesante. Paramos en Lautoka de camino a Nadi para comer unos tallarines, ya allí conocimos a dos chicos nigerianos que estaban un poco depres; habían viajado hasta tan remoto lugar desde Nigeria porque unos promotores les habían prometido un contrato para un equipo de fútbol, y ahora que estaban aquí parecía que todo se iba a quedar en agua de borrajas y se iban a tener que dar la vuelta sin fichar. Cosas veredes...

BUSCANDO EQUIPO.
EL HERMANO DEL DE LA DERECHA JUEGA EN LA BUNDESLIGA

Nosotros tuvimos que irnos porque esperaba el continente canguril, aunque marcamos a Fiyi mentalmente con la etiqueta de 'volver'. Son más de 800 islas e islotes de las cuales poco más de 100 están habitadas, con lo cual la relajación está asegurada. La gente es extremadamente simpática y abierta, y transmiten una alegre tranquilidad que le hacen a uno sentirse confortable mientras no tenga una urgencia médica :)

FIYADIÓS...

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